domingo, 28 de noviembre de 2010

Palabra con Espíritu, palabra accesible

En toda asignatura hay siempre una lección que afecta a los alumnos de manera especial, sea por su contenido profundo y depurado, sea por su mensaje sorprendente e innovador. Al enseñar, durante algunos años, “Exégesis del Antiguo Testamento” recuerdo como, reiterativamente, los alumnos se admiraban de que indicara cuán importante es Ellen G. White en la investigación científica de la Biblia. Parece que el entorno de sus textos se debiera restringir a lo puramente devocional o, tristemente, a lo normativo. Usualmente se la emplea como base de nuestra filosofía de la educación, de la salud, del ministerio pastoral o de las publicaciones pero no de la “alta teología”. Es, sin embargo, la esencia de nuestra identidad en el acercamiento al texto bíblico.

A mediados del siglo XIX la teología se hallaba inmersa en un debate que continúa hasta nuestros días: ¿Qué es la Biblia? Descartes había liberado al hombre de la tiranía del pensamiento eclesiástico y la Ilustración había convertido las “Escrituras” en simples “escrituras”, textos de literatura humana desprovistos de cualquier divinidad. Las posiciones minimalistas del Fijismo se verán arrolladas por el Darwinismo. De igual manera, cae la interpretación espiritualista de la Biblia, alegórica para los católicos y provinciana para los protestantes, ante las aplastantes hipótesis de Wellhausen o de la Historia de las Religiones. Y entre todo este maremagnum escribe Ellen G. White. De la pluma de esta “visionaria” surge un acercamiento al texto bíblico que ha conformado nuestra identidad hermenéutica durante décadas.

Hoy, tal identidad, se cuestiona y teorías híbridas se filtran, afectando nuestro comportamiento eclesiástico. Propongo, por tanto, que reflexionemos sobre la metodología que subyace en los textos de White y que posibilita una mejor comprensión de la Biblia.

1. Una Inspiración dinámica

La cuestión que siempre ha preocupado a los teóricos de la Biblia acerca de la Inspiración es cuánto hay de Dios y cuánto del hombre. En algunas obras de arte podemos contemplar a una paloma junto al oído del evangelista o del profeta. Es el reflejo de la inspiración verbal plenaria, una teoría en la que Dios dicta cada palabra del texto bíblico y de la que el hombre apenas participa. Por otro lado, sólo tenemos que leer cualquier manual de teología para observar que Dios ha desaparecido, es el resultado de la intuición natural. Ambas teorías alejan, progresivamente, al hombre de la comprensión bíblica. La primera porque propone que la Palabra es algo mágico (y pienso que hay muchos que siguen abriendo sus biblias al tuntún esperando una respuesta). La segunda porque relativiza el mensaje bíblico despojándole de su sentido vital.

Ellen G. White se enmarca en lo que podríamos denominar una inspiración dinámica. Dice en el manuscrito 24 de 1886:

“Los hombres escribieron a medida que fueron movidos por el Espíritu Santo. Hay primero el brote, después el capullo y después el fruto; ‘primero hierba, luego espiga, después grano lleno de espiga’. Esto es lo que son exactamente las declaraciones de la Biblia para nosotros.”

Para ella la Biblia es el resultado de una relación, el deseo de una relación. El Espíritu Santo “mueve” al profeta (fero,menoi en 2Ped 1:21, donde lo compara con el viento que desplaza un barco), no lo posee ni lo abandona. Dios procura acercarse al hombre, sentir con él y, como consecuencia, otorgarle la memoria de las palabras. Esta relación de intimidad es progresiva en la vida del escritor bíblico, en la historia de su pueblo (de ahí el concepto de “verdad presente”) y en nosotros. Esta percepción nos hace despegar del primitivismo de las supersticiones y aporta coherencia a nuestro razonar. La inspiración dinámica nos otorga la posibilidad de reproducir la experiencia del profeta, de vivir ese vínculo que se acrecienta, gracias al Espíritu Santo, cada día, cada encuentro.

2. Una luz menor, una mayor claridad

El 20 de enero de 1903, en la Review and Herald, Ellen G. White escribía: “Poco caso se hace de la Biblia, y el Señor ha dado una luz menor para guiar a los hombres y mujeres a la luz mayor.” La frase definía el propósito de sus escritos: clarificar el mensaje bíblico.

La expresión “una luz menor” me resulta sumamente interesante teológicamente. En primer lugar porque desvía la atención de ella hacía las Escrituras y, por tanto, evita el debate sobre el “profetismo” de Ellen G. White y la posibilidad de un segundo canon inspirado. En segundo lugar porque, y es una evidencia que se manifiesta cada día más, el texto bíblico no siempre es comprensible. Habla de lenguas diferentes a las nuestras (y una lengua es mucho más que vocabulario, es una estructura mental), de una cultura disímil a la nuestra (y una cultura marca notablemente la percepción, es el código por el que comprendemos la vida) y de otra historia. El acercamiento pausado y progresivo es un método de trabajo que permite más que la captación de datos la interiorización de estos.

Hoy, además de exégesis, está de moda departir sobre eiségesis, ir progresivamente hacia el texto captando la esencia que le da sentido. Hace más de un siglo que Ellen G. White hablaba de ello.

El arrebato produce incomprensión. Recuerdo los comentarios de una amiga de la universidad que, por primera vez, se leyó el Pentateuco... en un fin de semana. No eran, precisamente, positivos. El estudio de la Palabra de Dios no conlleva un empacho por voluntos espirituales, es el resultado de una aproximación paulatina, diaria y sosegada.

3. La totalidad de las palabras

Definir el concepto tradicional de interpretación del protestantismo es decir sola scriptura (solamente la Biblia). Definir tal concepto en el adventismo es, además, decir tota scriptura (toda la Biblia). Desde que las ideas de Marción calaron en el cristianismo se ha considerado que hay ciertos pasajes más útiles que otros. Sin embargo, Ellen G. White, en su comentario a 2Ped 1, afirma: “Tomo la Biblia tal como es, como la Palabra inspirada. Creo en sus declaraciones, en toda la Biblia...”

La búsqueda de la globalidad de los mensajes ha dado coherencia e integridad a nuestra interpretación. Hemos empleado su expresión “línea sobre línea, precepto sobre precepto, un poquito aquí y un poquito allá” como base de un método que permite leer la Palabra de Dios como un todo orgánico. Los teólogos, hoy día, hablan del monismo semita, de la intertextualidad, de las estructuras quiásmicas de la Biblia pero, con términos diferentes, estos conceptos forman parte de nuestro pensamiento desde el mismo origen del adventismo.

Ver la Biblia como un todo es entrever el sentido de la existencia, comprender la linealidad y eficacia del plan de redención, apreciar la coherencia de Dios. Ver la Biblia como un todo es intuir la mano del Salvador y saberse parte del proceso.

4. El mensaje de cada día

Hubo un tiempo en que contar la Historia era describir el número y detalles de las batallas; relatar la pompa y virtudes de los reyes o próceres. Desde que las Escuelas Francesas de Historia (recordemos a Georges Duby) se dedicaron a la microhistoria, nuestra visión del pasado ha cambiado. Ya no sólo leemos los cronicones sino que estudiamos la forma en que aquellas gentes vestían, lo que comían, las familias que formaban. Esta concepción de Historia como relato de cotidianidad, sin embargo, se destila en los escritos narrativos de Ellen G. White.

La Biblia percibe la realidad desde la mirada de hombres no de mitos. La Historia es, para ella, el conjunto de historias, individuales o colectivas, de gente que siente, ama, odia, responde a las invitaciones divinas o las rechaza. Por encima de las fechas, los números, los botines, el pasado, están los momentos, las personas, la recompensa, el futuro. Y así lo concibe Ellen G. White en la carta 66 de 1898:

“El pasado está en el libro donde se anotan todas las cosas. No podemos borrar el registro, pero podemos aprender muchas cosas, si así lo queremos. El pasado debiera enseñarnos sus lecciones. Al convertir al pasado en nuestro guía, también podemos hacerlo nuestro amigo... Cada día que vivimos estamos haciendo nuestra historia. Hoy es nuestro, ayer está más allá de nuestra posibilidad de enmendarlo o controlarlo. No apenemos, pues, hoy al Espíritu de Dios, pues mañana no podremos hacer volver este día; será ayer para nosotros...”

Aprender a escuchar la carcajada de Sara, a sentir el cojeo de Jacob, a compartir el lamento de David ante la muerte de Absalón, a vibrar con la resurrección de Lázaro, a llorar con María en el huerto, a palpitar con la Segunda Venida de Cristo es algo que debemos a los escritos de Ellen G. White. Las historias de la Biblia son vida, vidas en bata y pantuflas.

5. Una Biblia con otras palabras

Hacer mención a las Antigüedades de Flavio Josefo es referirse a un género literario que se denomina Biblia reescrita. Este género literario toma la Palabra de Dios y le vuelve a dar forma con los términos, expresiones y giros de su época. Leer Patriarcas y Profetas, Profetas y Reyes, el Deseado de Todas las Gentes o Hechos de los Apóstoles es leer Biblia reescrita. Las aclaraciones y detalles de los relatos, escritos con las palabras de nuestros días, nos permiten comprender que el mensaje es actual.

Actualización es un término que se repite en los entornos de traducción de la Biblia. Buscar la expresión que mejor refleje el original bíblico y que sea bien entendida por cualquier persona es un reto para cualquiera que desee adentrarse en este mundo. Cuántas veces hemos mencionado 2Tim 3:16 con la tradición de la Reina Valera: “Toda Escritura es inspirada divinamente y útil para enseñar, para redargüir,...” cuando ya pocos comprenden eso de “redargüir” (mejor sería “refutar”). Una traducción dinámica acertada y actual es el sueño de cualquier traductor de la Biblia.

La Biblia reescrita es, curiosamente, una de las mejores maneras de actualizar un texto, de hacerlo cercano. Al reescribir los textos, Ellen G. White, propone un acercamiento despegado de los moldes de la letra y amparado en los sentidos del Espíritu. Este acercamiento pone a la verdad nuestras palabras y, con ello, la interioriza. Es muy difícil vivir lo que no comprendemos pero si algo nos resulta fácil de entender se torna agradable y apetecible.

6. Dentro de su corazón

A mediados del siglo pasado hizo impacto lo que se denominó hermenéutica psicológica. Esta técnica de interpretación bíblica intentaba acercarse al interior de los personajes bíblicos y responder a sus problemáticas desde la psicología. Esta práctica, curiosamente, es usual en cada texto de Ellen G. White. Uno de los muchos ejemplos se encuentra en Mente, carácter y personalidad (II, 648-649):

“Toda la vida del Salvador se caracterizó por la benevolencia desinteresada y la hermosura de la santidad. El es nuestro modelo de bondad. Desde el comienzo de su ministerio, los hombres empezaron a comprender más claramente el carácter de Dios. Practicaba sus enseñanzas en su propia vida. Era consecuente sin obstinación, benevolente sin debilidad, y manifestaba ternura y simpatía sin sentimentalismo. Era altamente sociable, aunque poseía una reserva que inhibía cualquier familiaridad. Su temperancia nunca lo llevó al fanatismo o la austeridad. No se conformaba con el mundo, y sin embargo prestaba atención a las necesidades de los menores de entre los hombres.”

Esta propuesta de la mirada interior establece un puente entre nuestras miradas y la divina. Los sentimientos que nos embargan, audibles tan sólo por corazones afines, hallan modelos a imitar o a omitir en la Biblia. Este acercamiento resulta en una religión que supera las máscaras (así definían los griegos a la personalidad) y se proyecta en una imagen coherente (así define el Génesis al carácter). Vivimos, seguramente por culpa del postmodernismo, en una época de modelos confusos y precisamos de la certeza de la Palabra de Dios.

7. La sencillez de las respuestas

Sencillez no es, obviamente, lo mismo que simpleza. La sencillez es el arte de hacer accesible lo complejo. Algunos teólogos, sin embargo, confunden sencillez y simpleza. Un texto o una conferencia farragosos son, para muchos de ellos, símbolo de intelectualidad. Ese no era el método de Cristo, ni el método que nos propone Ellen G. White. En Alza tus ojos (13 de marzo) escribe:

“...No debemos buscar revelaciones que no han sido hechas en la Palabra de Dios. Debemos presentar la clara enseñanza de la Biblia en la sencillez con que lo hizo Cristo. Los hombres que ocupan altas posiciones de confianza en el mundo quedarán encantados con la presentación clara y directa de las declaraciones bíblicas acerca de la verdad.”

La sencillez, en E.G.W., no sólo es una propuesta sino una realidad. Un ejemplo: las divergencias entre los evangelios sinópticos y el evangelio de Juan. Leer estos textos en algunos autores actuales es un ejercicio de constante fragmentación (los seguidores de Bultmann dicen que los evangelios son como una cebolla a la que hay que quitar todas las capas para llegar al núcleo verdadero). Leerlos en el Deseado de Todas las Gentes es acceder a un ejercicio de complementariedad fascinante. Todo encaja. La forma es sencilla y, sin embargo, aclara la problemática más profunda.

La sencillez surge del que sabe realmente lo que sabe y tiene el anhelo de que todos lo sepan. Esa mentalidad diferencia a un sabio de un intelectual.

8. En nuestros ojos

1Jn 1:1 dice: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos, acerca del Verbo de vida.” Es un texto que despierta el deseo de haber vivido esa experiencia, de haber oído a Jesús, de haber visto su semblante, de haber contemplado sus milagros, de haber tocado sus llagas.

Esa visualización de los relatos bíblicos, y que está de moda con la narratología, es una técnica usual en los textos de Ellen G. White. Tal visualización no surge de un ejercicio de habilidad narrativa (todos conocemos las deficiencias educativas de E.G.W.) sino de la visión real de aquellos acontecimientos.

Este don divino que es la profecía nos permite ver el momento bíblico a través de ella (recordad que “profeta” es el que “habla de parte de”). Ver con sus ojos es sabernos ante un relato que es history no story. Y esta diferencia ha marcado la interpretación adventista durante décadas. No nos encontramos ante una ficción literaria sino ante la narración de un hecho real. La Biblia no se basa en fábulas sino en testimonios. Como dice 2Ped 1:16: “Cuando os dimos a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo en todo su poder, no estábamos siguiendo sutiles cuentos supersticiosos sino dando testimonio de su grandeza, que vimos con nuestros propios ojos.”

9. Un mensaje personal

Leer un paper teológico puede resultar, a nivel de conclusiones prácticas, decepcionante. No es la primera vez, ni creo que sea la última, que he escuchado de un alumno: “Y esto, ¿para qué sirve?” Alguna que otra vez he concordado con él. Ellen G. White nos propone que la Biblia es mucho más que una colección de datos. Es un mensaje que anhela modificar nuestras vidas. El 11 de junio de 1908, en la Review and Herald, escribía sobre este tema:

“No hay sino poco provecho de la lectura apresurada de las Escrituras. Puede leerse toda la Biblia y sin embargo dejar de ver su belleza o de comprender su significado profundo y oculto. Un pasaje estudiado hasta que su significado es claro para la mente y su relación con el plan de salvación es evidente, es de más valor que la lectura detenida de muchos capítulos sin tener ningún propósito definido y sin obtener ninguna instrucción positiva. Llevad con vosotros vuestra Biblia. Apenas tengáis la oportunidad, leedla: fijad los textos en vuestra memoria. Aun cuando estéis caminando por las calles podéis leer un pasaje y meditar en él, fijándolo así en la mente.”

La Biblia ha sido dada para que mejoremos y hemos de ejercitar el arte de la aplicación. “¿Para qué me sirve esto?” es la pregunta que diferencia un paper de la vida. Tenemos la tendencia a memorizar la verdad, muy propio de una mentalidad greco-romana, en lugar de vivirla. Un carácter idóneo para la Nueva Tierra no se sustenta tanto en lo que sabemos del texto bíblico sino lo que vivimos de él. Nuestro “currículo” debiera contener más “experiencias” que “bibliografía”.

10. Hermenéutica redentora

La hermenéutica actual tiene la tendencia a justificar posiciones personales o eclesiásticas. Es la denominada hermenéutica social y disfruta de momentos de auge. No hallamos en Ellen G. White atisbos de esta técnica. Lo importante en sus escritos es la obtención de la verdad y la mejora de su iglesia. Justificar situaciones sin el sustento de la Biblia llevó a la mayoría de las denominaciones cristianas a una identidad caótica. Nosotros podemos seguir los mismos derroteros si no nos detenemos a tiempo.

Os propongo que sigáis la hermenéutica redentora que caracterizó el origen de nuestra iglesia. Una interpretación que busca, sea cual sea la presión social, la verdad y la coherencia. La identidad de nuestro tiempo, marcada por las profecías, es la tibieza pero estamos llamados a poner colirio, a mostrar con claridad el camino que conduce a la salvación.

En la página 54 de la Educación hay un párrafo que me emociona desde la infancia:

“La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos.”

Este es el principio de una hermenéutica redentora y un desafío en nuestras vidas.

11. Palabra con Espíritu

Las palabras sin Espíritu no tienen valor. Los antiguos griegos decían que el sentido de las palabras era su “genio”, su “espíritu” y estaban acertados. Pablo sostenía que la letra sin el Espíritu está muerta y Ellen G. White le apoya cuando afirma:

“Nunca debe estudiarse la Biblia sin oración. Sólo el Espíritu Santo puede hacernos sentir la importancia de aquellas cosas fáciles de comprender, o prevenirnos de torcer verdades difíciles de comprender. Es el oficio de los ángeles celestiales preparar el corazón para entender la Palabra de Dios a fin de que seamos embelesados con su hermosura, amonestados por sus advertencias, o animados y fortalecidos por sus promesas. (TSS 121-122)”

Me fascina la posibilidad de que exista una iglesia que aún desee ser embelesada por la hermosura de las Escrituras, que tenga el valor de ser amonestada con las advertencias de la Palabra de Dios, que sepa que su fuerza y ánimo está en la Biblia. Y me fascina, mucho más, que extienda sus brazos al Espíritu de verdad y anhele que la acompañe.

Cuando mis alumnos me miraban extrañados por la afirmación de que toda buena exégesis pasa por los textos Ellen G. White, les comentaba lo siguiente: “Conozco la cima de una montaña a la que se puede acceder por dos vías distintas. Una de ellas es un abrupto desfiladero que precisa de notable esfuerzo y pericia en la escalada. La otra es una “vía verde” de suave ascender. Ambas llegan a la misma cúspide. La teología actual requiere el uso de técnicas muy complejas para realizar una buena exégesis, es el desfiladero. Los adventistas tenemos el privilegio de unos escritos que suavizan nuestro sendero hacia el verdadero sentido de la Biblia y que están al alcance de todos, es el Espíritu de Profecía.”

No sabéis cuánto me gustaría, la próxima vez que vaya de escalada teológica, encontraros, plácidamente, en la cima de esa montaña llamada Certeza.

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