domingo, 28 de noviembre de 2010

Laodicenses anónimos

Hola, me llamo Adventista, soy laodicense[1] y, hoy, no he sido tibio.

Admito que soy impotente ante mi condición de pasividad y que mi vida se ve envuelta en un sinsentido que es resultado de la falta de identidad. Agradezco al Señor que no siempre me haya dado una vida fácil para que pudiera llegar a la sensación de derrota que me ha hecho reemprender una nueva vida.

Yo creía que controlaba pero no era así. Un laodicense tarda en reconocer su situación porque piensa que está bien, que es rico en su vida espiritual pero eso no es cierto. He vivido muchos años en la inconsciencia hasta que mi espiritualidad se volvió ingobernable. Comencé por pequeñas actitudes de laxitud:

-“Tampoco pasa nada si cierro la tienda rayando la puesta de un viernes o si estudio un examen en sábado, a fin de cuentas muchos otros tienen bula.”

- “No es tan importante dejar de ir a la iglesia un viernes o llegar tarde un sábado, a fin de cuentas es el día de descanso.”

- “Me gusta tanto esa chica de clase que voy a salir con ella, estoy seguro que la convertiré a la iglesia.”

La actitud se convirtió en una tendencia y ésta en una corriente de pensamiento. Me sentía progresista y argumentaba que la iglesia se tenía que modernizar. Eso de la misión de la iglesia y lo del mensaje de los tres ángeles era algo que debían cumplir tan sólo los profesionales de la religión que para eso les pagábamos. Empecé a encontrar mucho más atractivo mi entorno que el ambiente radical de la iglesia e intenté jugar a dos bandas. Nunca he sido muy fuerte y no quería romper con nada. Los sábados por la mañana, medio dormido, toleraba como podía el sermón. ¡No podían hacerlo más ameno! A la salida quedaba con los amigos para tener una noche intensa. Era pobre y no quería darme cuenta de ello. Pensaba, sin embargo, que controlaba.

Un día me derrumbé y me encontré con el Señor que me daba otra oportunidad. Mi alma estaba desnuda y Él me vistió con su justicia, había perdido la visión espiritual y me dio el colirio de su gracia. Me instó a que dejase de ser tibio y me arrepintiera. Me dijo:

- Sólo durante veinticuatro horas, baste a cada día su afán. Inténtalo sólo ese tiempo.

Muchos piensan que esto de dejar de ser laodicense es cosa de fuerza de voluntad y se equivocan, es un asunto de buena voluntad, la buena voluntad de Dios que “desea que todos seamos salvos”. He llegado a creer que tan sólo un poder superior a nosotros mismos puede devolvernos la visión clara, el sano juicio. Es por ello que pongo mi voluntad y mi vida al cuidado de Cristo.

No te puedo inducir a nada porque no soy un teólogo ni un psicólogo, sólo soy un laodicense y de ello te hablo. Si deseas cambiar aquí estoy para apoyarte pero la decisión sólo es tuya. Ni yo, ni la iglesia, ni el mismo Señor podemos tomar una medida por ti, tu debes decidir, personalmente, cambiar de actitud. Te pido, eso sí, que hagas un inventario moral de ti mismo porque, aunque tu creas que lo haces, no controlas.

Yo he admitido ante Dios, y ante los demás seres humanos, la naturaleza exacta de mis defectos. Sólo reconociendo lo que hago mal puedo remediarlo. Doy gracias al Señor porque me muestra su camino en la Biblia y puedo mirarme ante la ley como si de un espejo se tratase. Soy pecador aunque el resto de mundo postmoderno quiera maquillar mi situación. Saberme débil y necesitado de Dios es la única manera de sentirme fuerte.

Estoy totalmente dispuesto a dejar que Dios elimine los defectos de carácter que tengo. Mi arrepentimiento no es un ejercicio de verbalización sino el deseo más íntimo de cambiar. Soy un laodicense, pido perdón con facilidad, es más, lo reclamo. Por esa razón voy a demostrar con mi vida que deseo un cambio radical. Tengo que dejar de engañarme, el perdón no sirve de nada si no estoy verdaderamente arrepentido. Humildemente le pido a Dios que elimine todos los defectos de mi carácter.

He hecho una lista de todas las personas a las que he ofendido y voy a intentar reparar el daño causado. Mis palabras ya no tienen, tristemente, valor y he de expresar lo que siento con mis hechos. No sé si lo haré bien pero tengo la disposición más profunda de intentarlo. Si las personas dañadas no reaccionan como yo espero no voy a enjuiciarlas, quien les hizo daño fui yo y he de aceptarlo. No me volveré a excusar en la reacción de los demás, no deseo volver al mundo de las excusas y tibieza.

Busco a través de la oración y la meditación mejorar mi relación con Dios. Le ruego que me muestre como he de actuar y que me dé fuerzas para llevarlo a cabo. Sé que me ha bendecido con dones, no para enorgullecerme sino para enorgullecerle. Le pido que los días que he progresado no creen en mí una sensación de seguridad que me aparten de Él. Deseo no ser tibio sólo las veinticuatro horas de cada día, con eso me conformo.

Tras haber experimentado un despertar espiritual, como resultado de las decisiones anteriores, intento llevar este mensaje a otros laodicenses y practicar estos principios en todos los actos de mi vida.

Agradezco a Dios que su hijo tocara mi puerta. He cenado con él y anhelo hacerlo por la eternidad.



[1] Esta reflexión es el resultado de una sesión informativa de la Asociación de Alcohólicos Anónimos en el Campus Educativo de Sagunto. Las ideas expresadas surgen de los 12 pasos para dejar de ser alcohólico.

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