domingo, 28 de noviembre de 2010

El escarabajo supino

El frenesí se había opacado. En medio de la calzada, luchando contra su propio eje, lo encontré. Era uno entre cientos, algunos apasionados, otros fallecidos, la mayoría boca arriba. Era curioso observar que, insectos que son capaces de levantar más de trescientas veces su peso, apenas si podían voltearse. Era curioso y significativo. En cierta ocasión, un amigo biólogo me explicó que la interpretación usual es que su vida sólo tiene sentido si transmite material genético. Nacen, crecen rápidamente, se reproducen intensamente y fenecen.

Al verlo ahí, intentando separar el caparazón del suelo, pensé en la realidad del mundo. Los mensajes sociales nos han metamorfoseado en escarabajos: hedonistas unos, kafkianos otros. La existencia de muchos es como la del coleóptero: nacer, crecer, reproducirse y morir. Cada una de estas etapas debe impregnarse de placer, sea escapista o no. ¡Hasta la muerte requiere dulzura! Me entristece pensar que multitudes creen que su existencia es similar a la del escarabajo. Un par de siglos de pensamiento darwiniano y terminan concluyendo que son simple material genético en trasvase. Cuando, al final de sus días, reflexionan sobre sí mismos acaban expuestos, indefensos, sin horizonte vital. De ahí que disfruten lo que puedan, que vivan como si el mañana no existiera. Los entendería si no fuera porque concibo otro discurso: la esperanza.

No debiera extrañarnos la situación actual, ya fue predicha por el mismo Jesús. Mateo 24-25 es uno de esos textos que superan su tiempo, que discurren por la historia y llegan hasta nuestros días con el ímpetu de la certeza. Sí, un texto que habla de nosotros, de la situación de nuestro mundo. En la profecía, de concreta aplicación histórica y clara diacronía, se observan tres etapas que responden a las tres preguntas de los discípulos (Mt 24,3):

1. “¿Cuándo serán estas cosas?

2. “¿Qué señal habrá de su venida?

3. “¿Qué señal del fin del siglo?

Y Jesús da las directrices que salvó al judeocristianismo de la toma de Jerusalén, nos advierte de la situación mundial al final de los tiempos y nos anima a esperar su venida. Y, ésta última idea, fue y es la esperanza que ha mantenido la llama del cristianismo. El texto es extenso y convendría destacar una porción de la perícopa: la comparación del tiempo final con el tiempo en el que vivió Noé.

Dice Mt 24: 38-39:

La venida del Hijo del Hombre es similar a lo que sucedió en tiempos de Noé. Porque en los días previos al Diluvio y hasta el momento en que Noé entró en el arca, la gente no dejó de comer, ni de beber, ni de casarse y ni de dar en casamiento. No fueron conscientes hasta que llegó el Diluvio y los arrastró a todos, así será la venida del Hijo del hombre.[1]

Hasta el día de hoy no deja de sorprendernos la comparación de Jesús. Al identificar los tiempos del fin con los días en los que vivió Noé se observa que resalta los indicadores que muestra el Génesis, o la literatura judía al uso, aunque los matices se modifican un poco. El relato de la situación en la que se hallaban los antediluvianos se encuentra en dos secciones del capítulo seis de Génesis. En ambas se destaca el estado de corrupción de la sociedad en la que vivía el personaje bíblico:

1. Viendo Yhwh que la maldad de los hombres crecía sin medida y que sus pensamientos se inclinaban constantemente al mal, le pesó a Yhwh haber creado al ser humano sobre la Tierra y sintió tristeza en su corazón. (Gn 6,5-6)

2. A los ojos de Dios, la tierra estaba corrompida y llena de violencia, pues toda carne había desviado su camino. Al ver Dios tanta corrupción en la tierra dijo a Noé: “He decidido acabar con toda carne, pues por su culpa la tierra se ha corrompido. Voy a poner fin a la tierra juntamente con ellos”. (Gn 6,11-13)

Los versículos resaltan algunos términos que caracterizan la situación. “La maldad de los hombres crecía sin medida”, dicha expresión nos habla de una tendencia globalizada. El modelo social, la moral colectiva (pensando que mores es la costumbre de los pueblos) se enfrenta al diseño social de Dios, a la propuesta de praxis divina. Esta “moral” no sólo es exponencial sino obsesiva: “Sus pensamientos de inclinaban constantemente al mal”. Retengamos este concepto en nuestra mente porque resulta vital para comprender el panorama de las profecías relacionadas con el tiempo del fin: la intensidad.

Cuando hablamos del tiempo del fin y de sus señales mencionamos elementos que han acontecido a lo largo de la historia (siempre ha habido terremotos, eclipses, pestes, hambres, guerras, etc.). Lo destacable de nuestro tiempo frente a los eventos del pasado es la frecuencia (intensidad en el tiempo), la magnitud (intensidad en el espacio) y la tendencia (intensidad en lo social y motivacional).

La segunda sección de versículos es mucho más explícita. “La tierra estaba corrompida y llena de violencia, pues toda carne había desviado su camino.” El término “corrompida” viene de una raíz hebrea (sajat - שחת) que está vinculada con la “descomposición”. Tradicionalmente se ha asociado con la promiscuidad sexual o con la idolatría (si es que alguna vez, en la antigüedad, hubo alguna diferencia entre ambas prácticas). La segunda palabra que destaca es “violencia” y se asocia con la “extorsión” y el abuso de poder. El binomio promiscuidad-violencia fue una constante en la historia del Próximo Oriente (y, seguramente, en cualquier historia pasada o actual). La promiscuidad deriva ineludiblemente en cosificación, de la cosificación se pasa a la desvalorización del ser humano, y de la desvalorización a la expropiación de los elementos vitales (de ahí la fragilidad del concepto persona en sociedades que potencian el instinto o el hedonismo extremo). Del exceso a la violación, agresión o muerte hay un paso. Tal situación de desequilibrio afectó a toda criatura de la tierra. Así lo indica un comentario rabínico:

“Y miró Dios la tierra y he aquí que estaba corrompida...” (Gn 6,12). De igual manera que exigió el castigo de la humanidad, así también exigió el castigo del ganado, las bestias y las aves. ¿Dónde se indica que dicho castigo se les exigió? Como está dicho: “Y dijo YHWH: Disolveré...” (Gn 6,7). ¿Por qué todo aquello? Para enseñarte que también habían mezclado sus familias, se habían relacionado con especies que no eran la suya propia. Cada especie con especies que no eran las suyas. (TanjB noaj 11)

El sentido de “desviarse del camino” parece, nuevamente, vinculado con la sexualidad (una expresión similar se registra en Pr 30,19). Algún comentarista más atrevido llega a hablar de matrimonios entre hombres y animales.

Jesús no hace mención en su discurso a la violencia e incluye un matiz que no se expresa en el texto del Génesis: “...la gente no dejó de comer, ni de beber...” Ésta es una típica expresión semítica que va más allá del sustento alimentario. Aparece en unas 170 ocasiones en el texto bíblico y suele referirse al disfrute de una fiesta (o, en su ausencia, a la austeridad de un ayuno o de un duelo). Una traducción dinámica podría ser: “iban de fiesta en fiesta”. La obsesión de los antediluvianos estaba claramente vinculada con dos de los placeres más instintivos del ser humano: la comida y el sexo. La intensificación de sus motivaciones los “desvía” de la normalidad a la glotonería (quizá escapismo) o a la promiscuidad.

Y todo esto me hace pensar en la moral globalizada. ¿Por dónde transcurren las costumbres de nuestros congéneres? Es indudable que el materialismo, la posmodernidad relativista, la interiorización del evolucionismo han reducido el horizonte del hombre. Es comprensible que cientos piensen que hay que disfrutar del momento porque es lo único que tienen. De ahí la intensidad por disfrutar, por el placer, por el presentismo.

El gran drama de esta situación es que existe inconsciencia, tal y como indica el comentario de Jesús. Los ojos están velados y no pueden percibir que placer constante no implica felicidad, que escapismo no resulta en solución, que dar rienda suelta al instinto es liberar a un tirano titánico, que todo exceso es irregular. Hay otra opción pero no la conocen: Dios tiene tristeza en su corazón y desea que las cosas sean de otra manera. Estoy seguro que nos mira como al escarabajo de la comparación y nos pregunta:

-¿Qué haces boca arriba? Esa no es la posición adecuada. Despliega tus élitros y vuela, supera los límites del suelo. ¿Quieres que te eche una mano?

Miro a mi alrededor y, atónito, comprendo que la profecía de Jesús se cumple decididamente y creo. Porque para eso está la profecía, para creer (Jn 14,28). Y creo que hay un horizonte mayor que la vida en esta tierra, que a Jesús le gustaban las fiestas y el trabajo, que la sexualidad vive en la intimidad del matrimonio bendecido por Dios, que prefiero el gozo al placer, que hay una oportunidad para todos, que Yhwh es justo y nos quiere, que soy mucho más que material genético, soy persona, soy hijo del Creador.

Ya lo dijo Jesús, plantando la semilla de la esperanza: “También vosotros estáis ahora tristes, pero cuando os vuelva a ver os alegraréis y nadie os va a quitar esa alegría” (Jn 16,22)



[1] Las traducciones del texto no se atienen a una versión específica sino a la propia del autor.

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