domingo, 28 de noviembre de 2010

El abrazo de la justicia y la vida

Me gustaría estar cerca cuando se encuentren. Uno del Antiguo con un mensaje nuevo, otro del Nuevo con un mensaje antiguo. Profeta y predicador aunados por el secreto vínculo de la fe. Casi podría asegurar que, tras una brillante mirada, se fundirán en un abrazo.

Uno de ellos, Habacuc, fue objeto de fantásticas leyendas de la literatura extrabíblica. Nació, según estas tradiciones, del milagro que Eliseo hizo a la sunamita. Fue llevado por un ángel hasta el cubil donde se encontraba Daniel y le dio alimentos. Era un hombre conocido por las gentes y, sobre todo, por los habitantes de Qumrán, que le tenían gran admiración. Los esenios le dedicaban tiempo y medios, escribiendo y re-escribiendo su libro.

El otro, Pablo, ha sido objeto de multitud de literatura y comentarios. Nacido a caballo entre las culturas semita y griega, cambió el rumbo de la iglesia cristiana. También era un hombre conocido y admirado, aunque no siempre comprendido (que se lo digan a Pedro). Hoy le dedicamos nuestro tiempo y medios, razonando y orando sus escritos.

Hay un libro de la Biblia donde ambos personajes se solapan: la epístola a los Romanos. Es un texto de vital importancia para nuestra comprensión de la justificación por la fe. Un texto que esconde, tras el mensaje doctrinal, una lectura llena de equilibrio y afecto. Normalmente, quien estudia dicha epístola, suele hallar referencias a la disputa entre gentiles y judaizantes. Es cierto, a los cristianos del primer siglo les costó bastante desvincularse de sus raíces judías. Pablo, inspirado por el Señor, les va a ayudar a superar las barreras del endocentrismo y ampliará sus miras a la verdadera esencia del mensaje bíblico.

En Pablo no existe ruptura entre el Antiguo y el Nuevo Testamento sino entre el judaísmo y el cristianismo. El judaísmo, que surgirá tras Esdras, no siempre coincide con el mensaje del Antiguo Testamento. Está marcado por diferentes enfoques de la realidad religiosa (saduceos, fariseos, esenios) que giran en torno al cumplimiento de la Ley (la Torah) como un elemento salvífico. En la mentalidad judía de aquella época las obras dejan de ser manifestaciones de la fe (como sostiene el Antiguo Testamento) para ser esfuerzo que salva; la circuncisión deja de ser el símbolo del pacto para ser una marca de elite; la ley deja de ser un instrumento de pedagogía e instrucción para ser una innumerable retahíla de normas y casuística. El cristianismo era otra cosa, pues gira en torno a Jesús. Para el cristianismo la fe vuelve a ser el resultado de una relación; el bautismo (paralelo a la circuncisión) retorna al inicio de un nuevo pacto; la ley es, otra vez, aquel esclavo que acompaña al niño dándole consejos.

La epístola a los Romanos navega en este pensamiento de Pablo y en el fondo, de estas aguas cristalinas que representa la literatura bíblica, se encuentra Habacuc. La manera de escribir de Pablo coincide con la del profeta. Habacuc desarrolla un diálogo, cargado de poesía, entre el hombre y Dios, Pablo plantea toda su epístola con idénticos recursos retóricos. Habacuc concluye el libro con una imagen hímnica, Pablo resume cada una de las secciones de su epístola con himnos y florilegios. Entre otros conceptos, el nombre de Habacuc significa “abrazo”, la idea principal de la epístola de Pablo es la reconciliación, el abrazo Dios-hombre. La frase que identifica el libro de Habacuc es “no moriremos”, todo el razonamiento de la epístola a los Romanos pasa por la universalidad de la muerte. Curioso, ¿verdad?

¿Por qué? ¿Por qué se le ocurre a Pablo vincular una carta a los cristianos de Roma con un profeta como Habacuc? ¿Qué le podía haber pasado por la mente para hacer aquello? La respuesta no es muy difícil: Pablo es hijo de su tiempo. Seguid el hilo de la madeja y veréis como todo tiene su lógica. 1) Pablo tiene pensado escribir una carta a sus hermanos de Roma. 2) Roma, en muchos de los textos y comentarios de la época, se la identifica con la “Kittim” del Antiguo Testamento. 3) “Kittim” se relacionaba con los caldeos según los esenios. 4) Los esenios vinculaban directamente a los caldeos con sus comentarios al libro de Habacuc. 5) Por lo tanto, Roma y Habacuc eran el resultado de una asociación natural e, incluso, necesaria.

Un texto de Qumrán dice:

“…porque he aquí que yo movilizaré a los caldeos, pueblo cruel y resuelto (vacat). Su interpretación se refiere a los Kittim, que son rápidos y poderosos en la batalla, para destruir a muchos al filo de la espada en el dominio de los Kittim; conquistarán muchos países y no creerán en los preceptos de Dios…”[1]

Roma no destacaba por su cultura filosófica ni religiosa, heredadas de Grecia, sino por un espíritu práctico que la llevó a desarrollar un férreo ejército y una depurada jurisprudencia. Esos dos elementos, la muerte y la injusticia, caracterizan la argumentación de Habacuc y la epístola a los Romanos.

La asociación se podía haber quedado en tan sólo un juego de neuronas pero constituye la estructura interna de la epístola. Pablo toma uno de los versículos más famosos de Habacuc (“El justo por su fe vivirá” Hab 2:4) y construye sobre él toda la carta. El mismo autor nos da una pista (como buen escritor) en Rom 1:17 cuando menciona, a su manera, el texto del profeta. Pablo quería que los romanos supieran que dos de las grandes preocupaciones del momento (la vida y la justicia) se podían fundir en un abrazo, el de la fe. La fe verdadera, la fe en Cristo, da vida y vitalidad, hace justicia y permite justificaciones.

Permitidme que os muestre la estructura de esta epístola y comprenderéis su belleza.

Prólogo

(1:1-17)

EL JUSTO POR FE

EL JUSTO

RECONCILIACIÓN

(5:1-11)

POR FE

A

(1:18-32)

Bajo la muerte

A’

(8)

Libre de muerte

B

(2-3:1-8)

Bajo la ley

B’

(7)

Libre de ley

C

(3:9-31)

Bajo el pecado

C’

(6)

Libre de pecado

D

(4)

Abrahán-David

D’

(5:12ss)

Adán-Cristo

A esta estructura se le llama simetría concéntrica y es una forma muy hebrea de desarrollar una idea. Todas las secciones de la argumentación coinciden en un pensamiento central: la reconciliación. El eje que torna el peso de la legalidad en libertad pasa por la reconciliación del hombre con Dios: Cristo. Es la imagen del abrazo, del reencuentro.

Roma estaba habitada, en su mayoría, por esclavos. Judea estaba sometida a la disciplina del imperio. El mensaje, por lo tanto, es claro, la libertad de todo yugo no pasa por elementos externos (jurisprudencia, casuística, rebeliones, política) sino internos (arrepentimiento y conversión, o sea, reconciliación).

Y Pablo piensa en su gente. El es judío, fariseo entre fariseos, y le preocupa el futuro de su pueblo, aquellos que están dispersos por los arrabales del mundo. Hace, entonces, un aparente paréntesis para reflexionar sobre la cuestión judía. El texto de Habacuc 2:4 rezaba “por su fe” y Pablo se detiene en el “su”. ¿Qué hay de la fe poseída por tan sólo un pueblo? Tantas imágenes se debieron acumular en su mente, tantos sábados en la sinagogas, tantas lecturas del santo texto, tantas teorías y leyes. Creo que, tal vez inconscientemente, Pablo recurre a la manera de hablar de aquellos días. Si pudierais leer los textos sinagogales que reflejan estos capítulos disfrutaríais con la cantidad de guiños que hace sobre la misericordia y la salvación que derivan en el Mesías.

Los capítulos del 9 al 11 terminan con el concepto de remanente y, de nuevo, con el reencuentro en Jesús. Y Pablo transforma la fe exclusiva de un pueblo (“por su fe vivirá”) por una fe inclusiva en Cristo (“por la fe vivirá”). El abrazo con Jesús no se limita a una etnia, pueblo o lengua, abarca, en su cariño, a todos.

Pablo se emociona tanto con esta esperanza que, como diríamos en las tierras del sur, se arranca a cantar (11:33-36). Habacuc concluye su libro con un himno “al estilo de los viñadores” (Sigionot) y Pablo lo hace “al estilo de los aceituneros” (aquellos que recogen los frutos del acebuche transplantado). Es un himno a la sabiduría y a la justicia divinas. Me lo imagino agachado, como los que recogen y oran.

Pablo va más allá que Habacuc, habla de los resultados de esta reconciliación, la vida (12-15:13). Esta nueva fe, el cristianismo, no hace diferencia de griego y judío, sacerdote y laico, apartado e implicado, fuerte y débil, hombre y mujer, amo y esclavo. Cristo aúna diferencias y las convierte en convocatoria de santos: iglesia.

Y no puede resistirse a cantar otra vez (15:9-13) porque la vida en Cristo llena. Sabe que Dios se revela para mostrarnos lo que parece insondable y nos deja boquiabiertos. Esa visión trasciende al tiempo y se torna en esperanza y fe.

Sí, me gustaría estar cerca cuando se encuentren, cuando Habacuc y Pablo se den un gran abrazo. Y estoy seguro que Jesús estará junto a ellos, abarcándolos con todo su cariño. Sí, me gustaría.



[1] GARCÍA MARTÍNEZ, Florentino, Textos de Qumrán (Madrid: Ed. Trotta, 1992), p. 249.

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