domingo, 28 de noviembre de 2010

Protesto enérgicamente

Uniformada en azul cobalto, la azafata movía cansinamente los brazos. Su extremada delgadez revelaba una cultura de la estética que vive espuriamente. Tras las instrucciones, el despegue. ¡Qué largo es un vuelo transoceánico! Lentamente comencé a leer la revista promocional y me topé con la palabra. Un artículo, con cierto afán divulgativo, comentaba los diferentes significados del término “protestar”. Nada de nuevo con relación al uso común de los hablantes: “expresar con ímpetu queja o disconformidad” o “expresar públicamente la fe y creencias que alguien profesa y desea vivir”. Muy sorprendente el apenas utilizado: “declarar o proclamar un propósito”. Y me imaginé que escribiría esta acepción en cursiva porque me resultaba extraña, casi extranjera.

Una mañana de verano austral caminaba hacia el Puente Blanco, el sol nacía a mi espalda y pude ver mi sombra, alargada sobre el césped entrerriano. No sé si fue el tono rosáceo de aquellas horas o la música de The King’s Singers, quizá la brisa del Espíritu que refrescaba mi corazón. Y surgió la idea y di gracias al Dios de los cielos que apenas rasgamos.

¿Cuánto tiempo llevamos protestando? ¿Cuánto protestando? Llevamos mucho tiempo protestando y lo hacemos con orgullo. Retornamos nuestra mirada hasta Lutero y nos hermanamos socialmente con los protestantes. Y está bien, no compartimos historia con Roma. Nuestra iglesia, en este país de fratricidios recordados y, a veces, perdonados, miró con la democracia y aprendió, entre otros valores, a expresarse. Y protestamos contra las discriminaciones y por nuestras igualdades, contra las conciencias esclavizadas por los pensamientos totalitarios, contra las prácticas de vida no saludables. Y confesamos que guardábamos el sábado, que no comíamos cerdo, que no salvan las obras, que no somos una secta y, sobretodo, que Cristo viene pronto.

Protestar se convirtió en un derecho y, lamentablemente, en un hábito. Hábito que, a todas luces, se ha extremado. Y todo extremo es dañino. Veo, tristemente, como el criterio se ha trocado por crítica; como los ideales se modifican por temor a dimes y diretes; como la palabra injuriosa e infundada tiene más valor que el trabajo honesto, continuo y reflexionado. Veo estas manifestaciones y concluyo: nos hemos convertido en verdaderos protestantes (no sé si atreverme a decir protestones). Y me pregunto: ¿cuánto protestamos? ¿Cuán clara es nuestra identidad eclesial? ¿Y nuestro compromiso?

Aquella mañana sentí que Dios está al control, que cada uno de mis latidos le recordaba, que la tijereta (tyrannus savana) que revoloteaba a mi alrededor flotaba en sus cuidados, que ya está bien de quejas que finalmente me amordazan y que debía fluir en su bondad. Y decidí mejorar mi actitud y protestar:

Protesto que Dios es mucho más que omnipotente, omnisapiente u omnipresente: Dios es amor. Y me tiene tanto cariño que me ha regalado lo más valioso del universo: Jesús. Agradezco que, con ello, mi futuro esté en sus manos.

Protesto que soy hijo del Dios que vive y que voy a disfrutar de su paternidad. Voy a resistirme a la tentación del orgullo y a interiorizar que la verdadera humanidad pasa por la humildad, por la dependencia de su mano poderosa.

Protesto que no estoy diseñado para un mundo de irregularidad, de pecado o de muerte. Pertenezco a aquel paraíso donde las personas aprenden de los ángeles y caminan con Yhwh. Por esa razón, deseo hacer todo lo posible por impedir que aquella imagen desaparezca; pienso respetar este planeta y los seres que en él habitan.

Protesto que el ser humano precisa vivir y disfrutar de compañía. Por ello, Dios nos ofertó la vida en pareja, en familia. Me comprometo, a pesar de las presiones sociales, a seguir levantando la voz a favor de la fidelidad, de la responsabilidad, del diálogo, de la oportunidad. Somos nuestras relaciones, nuestros matrimonios, nuestras cunas.

Protesto que hay un pueblo de Dios y una misión: que cada vez seamos más. Los que hemos tenido la oportunidad de ser “adoptados” por el Espíritu debemos facilitar otras “adopciones”. Hay herencia de sobra para todos, aprendamos a compartir la grandeza del Evangelio. No hay pueblo de Dios sin misión. Dejemos de ser inmigrantes, emigrantes o residentes, aceptemos nuestra “patria”.

Protesto que, en Cristo, somos realmente iguales. Nuestras comunidades debieran aprender de una vez por todas a mirar a los corazones en lugar de pieles, sexos o estratos. Hay latidos que bien merecen un abrazo. Renovemos el significado de la palabra “hermano”, que pase de la boca al tuétano, de la forma al fondo.

Protesto que la comunidad eclesial no son las instituciones, ni los presupuestos, ni los líderes. Ellos son simplemente instrumentos. La comunidad eclesial somos todos aquellos que, con actitud sincera, nos ponemos en manos de Dios para cambiar las cosas. Por eso, el Espíritu repartió multitud y variedad de dones. Hacer iglesia, por supuesto, está en tu mano.

Protesto que no somos perfectos aunque, en ocasiones, lo hayamos pretendido. Caminaremos, eso sí, hacia la madurez, hacia el equilibrio, cuando Jesús ocupe el primer y único lugar en nuestros intereses. Nos guste o no, no hay otro camino. Recuerdo, sin embargo, que la vía es amplia, que cabemos muchos.

Protesto que nuestro horizonte supera la enfermedad, la vejez o la muerte; se pierde en la lejanía de la eternidad. Sepamos vivir con perspectiva, con la mano tendida al ahora y la mirada en el luego. Las promesas del Señor, que hoy apenas parecen sueños, son certezas ineludibles. Afirmémonos con confianza.

Protesto que, en estos momentos, hay mucha gente que protesta y pocos que protestan. Clarifiquemos lo que somos, la grandeza de lo que poseemos y no tendremos otro remedio que saludar al Señor porque Él es el final de cualquier discurso.

Lleva dos días lloviendo torrencialmente y, eso, para un jiennense de estaciones resquebrajadas por la sequedad, es molesto. He estado a punto de quejarme cuando un hiperactivo colibrí ha cruzado mi ventana. He captado la indirecta y, siempre, gracias al Señor, he comenzado a teclear: Protesto enérgicamente...

Los 10 mandamientos (en voz rioplatense)

Me amarás como Yhwh, tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu ser, con toda tu mente y, así,

I. No existirán para vos, además de mí, otros dioses.

II. No te harás imagen, ni nada que se parezca a lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni las adorarás porque yo soy Yhwh, tu Dios, un Dios celoso. Reviso la culpa de los padres sobre los hijos, nietos y bisnietos de los que me aborrecen. Doy, además, amor a millares de los que me aman y custodian mis mandamientos.

III. No pronunciarás el nombre de Yhwh, tu Dios, a la ligera porque no considerará Yhwh como inocente al que pronuncie su nombre así.

IV. Acordate del día sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y realizarás, al completo, tu obra pero el séptimo día será de reposo, para Yhwh, tu Dios. No realicés en él obra alguna, ni vos, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu mucama, ni tu ganado, ni tu extranjero, el que habita contigo, para que puedan descansar como vos.

Yhwh hizo en seis días los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y reposó el día séptimo. Por eso, Yhwh bendijo el día sábado y lo santificó.

Acordate que fuiste siervo en tierra de Egipto y que Yhwh, tu Dios, te sacó de allí con gran despliegue de fuerza y poder. Por eso, Yhwh, tu Dios, te manda observar el día sábado.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo y, así,

V. Honrá a tu padre y a tu madre, como te lo ordenó Yhwh, tu Dios, para que tengás una larga vida y te vaya bien en la tierra que Yhwh, tu Dios, a vos, te regala.

VI. No matarás.

VII. No cometerás inmoralidad sexual.

VIII. No robarás.

IX. No dirás, contra tu prójimo, testimonio falso.

X. No codiciarás la esposa de tu prójimo. Tampoco desearás la casa de tu prójimo, ni su terreno, ni su siervo, ni su mucama, ni su buey, ni su asno, nada que sea de tu prójimo.

Laodicenses anónimos

Hola, me llamo Adventista, soy laodicense[1] y, hoy, no he sido tibio.

Admito que soy impotente ante mi condición de pasividad y que mi vida se ve envuelta en un sinsentido que es resultado de la falta de identidad. Agradezco al Señor que no siempre me haya dado una vida fácil para que pudiera llegar a la sensación de derrota que me ha hecho reemprender una nueva vida.

Yo creía que controlaba pero no era así. Un laodicense tarda en reconocer su situación porque piensa que está bien, que es rico en su vida espiritual pero eso no es cierto. He vivido muchos años en la inconsciencia hasta que mi espiritualidad se volvió ingobernable. Comencé por pequeñas actitudes de laxitud:

-“Tampoco pasa nada si cierro la tienda rayando la puesta de un viernes o si estudio un examen en sábado, a fin de cuentas muchos otros tienen bula.”

- “No es tan importante dejar de ir a la iglesia un viernes o llegar tarde un sábado, a fin de cuentas es el día de descanso.”

- “Me gusta tanto esa chica de clase que voy a salir con ella, estoy seguro que la convertiré a la iglesia.”

La actitud se convirtió en una tendencia y ésta en una corriente de pensamiento. Me sentía progresista y argumentaba que la iglesia se tenía que modernizar. Eso de la misión de la iglesia y lo del mensaje de los tres ángeles era algo que debían cumplir tan sólo los profesionales de la religión que para eso les pagábamos. Empecé a encontrar mucho más atractivo mi entorno que el ambiente radical de la iglesia e intenté jugar a dos bandas. Nunca he sido muy fuerte y no quería romper con nada. Los sábados por la mañana, medio dormido, toleraba como podía el sermón. ¡No podían hacerlo más ameno! A la salida quedaba con los amigos para tener una noche intensa. Era pobre y no quería darme cuenta de ello. Pensaba, sin embargo, que controlaba.

Un día me derrumbé y me encontré con el Señor que me daba otra oportunidad. Mi alma estaba desnuda y Él me vistió con su justicia, había perdido la visión espiritual y me dio el colirio de su gracia. Me instó a que dejase de ser tibio y me arrepintiera. Me dijo:

- Sólo durante veinticuatro horas, baste a cada día su afán. Inténtalo sólo ese tiempo.

Muchos piensan que esto de dejar de ser laodicense es cosa de fuerza de voluntad y se equivocan, es un asunto de buena voluntad, la buena voluntad de Dios que “desea que todos seamos salvos”. He llegado a creer que tan sólo un poder superior a nosotros mismos puede devolvernos la visión clara, el sano juicio. Es por ello que pongo mi voluntad y mi vida al cuidado de Cristo.

No te puedo inducir a nada porque no soy un teólogo ni un psicólogo, sólo soy un laodicense y de ello te hablo. Si deseas cambiar aquí estoy para apoyarte pero la decisión sólo es tuya. Ni yo, ni la iglesia, ni el mismo Señor podemos tomar una medida por ti, tu debes decidir, personalmente, cambiar de actitud. Te pido, eso sí, que hagas un inventario moral de ti mismo porque, aunque tu creas que lo haces, no controlas.

Yo he admitido ante Dios, y ante los demás seres humanos, la naturaleza exacta de mis defectos. Sólo reconociendo lo que hago mal puedo remediarlo. Doy gracias al Señor porque me muestra su camino en la Biblia y puedo mirarme ante la ley como si de un espejo se tratase. Soy pecador aunque el resto de mundo postmoderno quiera maquillar mi situación. Saberme débil y necesitado de Dios es la única manera de sentirme fuerte.

Estoy totalmente dispuesto a dejar que Dios elimine los defectos de carácter que tengo. Mi arrepentimiento no es un ejercicio de verbalización sino el deseo más íntimo de cambiar. Soy un laodicense, pido perdón con facilidad, es más, lo reclamo. Por esa razón voy a demostrar con mi vida que deseo un cambio radical. Tengo que dejar de engañarme, el perdón no sirve de nada si no estoy verdaderamente arrepentido. Humildemente le pido a Dios que elimine todos los defectos de mi carácter.

He hecho una lista de todas las personas a las que he ofendido y voy a intentar reparar el daño causado. Mis palabras ya no tienen, tristemente, valor y he de expresar lo que siento con mis hechos. No sé si lo haré bien pero tengo la disposición más profunda de intentarlo. Si las personas dañadas no reaccionan como yo espero no voy a enjuiciarlas, quien les hizo daño fui yo y he de aceptarlo. No me volveré a excusar en la reacción de los demás, no deseo volver al mundo de las excusas y tibieza.

Busco a través de la oración y la meditación mejorar mi relación con Dios. Le ruego que me muestre como he de actuar y que me dé fuerzas para llevarlo a cabo. Sé que me ha bendecido con dones, no para enorgullecerme sino para enorgullecerle. Le pido que los días que he progresado no creen en mí una sensación de seguridad que me aparten de Él. Deseo no ser tibio sólo las veinticuatro horas de cada día, con eso me conformo.

Tras haber experimentado un despertar espiritual, como resultado de las decisiones anteriores, intento llevar este mensaje a otros laodicenses y practicar estos principios en todos los actos de mi vida.

Agradezco a Dios que su hijo tocara mi puerta. He cenado con él y anhelo hacerlo por la eternidad.



[1] Esta reflexión es el resultado de una sesión informativa de la Asociación de Alcohólicos Anónimos en el Campus Educativo de Sagunto. Las ideas expresadas surgen de los 12 pasos para dejar de ser alcohólico.

Fundamentos para una Teología de la Familia

Hay conceptos, y los vocablos que los abrazan, que se antojan pasados de moda. Eso acontece con “fundamento” y su, actualmente temido, derivado: “fundamentalismo”. Algo similar sucede con “teología”, para algunos término de estructura medieval y opresora, para otros erudita y antojadiza. Y qué decir de “familia”, antes célula de la sociedad, ahora objeto de sonados debates por su configuración.

¡Imaginaos si se nos ocurriera reflexionar sobre los “Fundamentos para una Teología de la Familia”! Un temor posmoderno nos podría invadir pensando más en el qué dirán que en el qué aportaremos. Pero hemos de seguir manteniendo lo valioso de este mundo y habrá que tratar el tema porque la moda no rige los tiempos ni, condiciones de su naturaleza, tiende a perdurar. Y que ocurra lo que tenga que ocurrir.

FUNDAMENTO 1

Los principios en el principio

En aquellas culturas que no se rigen por textos con connotaciones de transcendencia las relaciones matrimoniales se formalizan con ritos de pasaje vinculados, comúnmente, con la fertilidad o la fecundidad. No acontece de igual manera cuando los ciclos de la vida se asocian a textos que sí se consideran transcendentes. Hemos de enfrentarnos, por tanto, a la pregunta: ¿qué debe motivar nuestro proceder: la crisis vital o el texto bíblico? Esta tensión interpretativa es una constante en nuestros días porque la presión social afecta intensamente las creencias.

“Por un lado se encuentran los que inciden en la importancia del texto como generador de modelos de actuación, por el otro, los que prescinden de los límites de la letra para adecuarla a las prácticas de la sociedad. La pregunta de cualquier persona de bien es: ¿dónde se encuentra la Verdad? Si la palabra inspirada es dada como guía, ¿hacia dónde hemos de dirigirnos? ¿existe más de una vía? ¿y más de un sentido? ¿podemos estar en la misma vía con sentidos distintos?

Para un cristiano la Verdad existe, no es un sumatorio de imprecisiones. Para un cristiano la Verdad se personifica: ‘Enséñame, Yhwh, tu camino, y caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre’ (Sal 86,11) o ‘yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí’ (Jn 14,6). La hermenéutica cristiana es, esencialmente, cristocéntrica. No sólo porque sea el eje de tipologías y profecías sino porque Jesús da sentido a la globalidad de la Escritura con su vida y con sus palabras. La única certeza que tenemos es que, en su voz, está la Verdad.”[1]

En las tierras del otro lado del Jordán, espacios herodianos y contemporizadores, ante el debate de los social frente a lo interpretado, con relación al matrimonio, Jesús responde (Mt 19,4-8):

–¿No habéis leído que en el principio el Creador “los hizo hombre y mujer”, y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”? Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

Argumento contrarrestado por los eruditos del momento:

–¿Por qué, entonces, mandó Moisés que un hombre le diera a su esposa un certificado de divorcio y la despidiera?

Y la norma hermenéutica en la voz jesuana establece parámetros:

–Moisés os permitió repudiar a vuestra esposa por lo obstinados que sois. Pero no fue así desde el principio.

Cristo recurre al argumento de precedencia, elemental en la rabínica tannaítica, para situar todo planteamiento de las relaciones matrimoniales en el momento de los ideales, cuando la institución no ha sido afectada por el pecado. No contemporiza con lo social porque tal procedimiento está afectado por el desequilibrio, busca el proyecto original para generar pautas. Posiblemente, ahí esté la clave de toda reflexión sobre los “Fundamentos de una Teología de la Familia”: los orígenes. A la luz del Génesis, de la protología, hallamos el sentido de nuestra fundamentación en los tiempos actuales, tiempos de escatología.

“Hay cosas que se produjeron en el pasado y que no debieran seguir produciéndose porque son inferiores al modelo original. Hay que recurrir siempre al modelo para establecer los hábitos no a situaciones excepcionales. Las excepciones no están capacitadas para generar fórmulas de comportamiento, son excepciones. Podemos contemplarlas e intentar solucionar lo máximo pero siempre serán irregularidades del modelo a imitar.”[2]

Volquemos, por tanto, nuestra mirada al Génesis para descubrir lo fundamental en el matrimonio y la familia.

FUNDAMENTO 2

El encuadre de todos: el hogar

Empecemos por lo primero: ¿qué sentido tiene el universo sin sus criaturas? Génesis comienza su relato con un Dios creador que anhela más y, por eso, crea. Crea el espacio no por un acto estético infértil sino porque de ese más surgen sus criaturas y tales seres precisan lugares donde gestarse, crecer y disfrutar. Podemos concluir que, antes que ningún ser sea consciente de su realidad, Dios le hizo un hogar. Podemos, además, añadir que en todo este proceso Dios es el Creador y todo lo demás deriva de Él, es creatura de su gracia.

“En el primer capítulo del Génesis hallamos el proceso de creación de este mundo y todos aquellos seres que lo ‘adornan’ (de esta manera tan gráfica tradujo Casiodoro de Reina al castellano). Yhwh decide, en siete días, crear el hábitat para el ser humano. El universo, en sí, es un espacio matemáticamente ajustado para la vida. Los científicos debaten sobre las implicaciones del Principio Antrópico y, sean creyentes o no, lo cierto es que existen numerosas ‘casualidades’ cosmológicas que permiten la existencia del hombre en esta parte de la inmensidad.

Bajo la visión de un creyente, creacionista, todo corresponde a un diseño inteligente, a las manos del Artista que tiene la posibilidad de forjar espacios mayúsculos y diminutos. Un Arquitecto que medita cada tensión, cada textura, cada material hasta hacer realidad un proyecto.

Así acontece en el primer capítulo de Génesis.

Es curioso, seguimos sus pasos cuando construimos nuestros microespacios, nuestros hogares:

1. Pensamos que el lugar donde vamos a edificar o alquilar sea luminoso. ‘Da mucha alegría a una casa que tenga luz’ suelen decir las esposas cuando valoran un lugar u otro para mudarse.

2. También debe poseer espacios de intimidad, donde la oscuridad y el silencio nos permitan dormir apaciblemente. Es el tiempo de decidir dónde y cómo se colocan las cortinas.

3. Se precisa, además, que las partes estén bien distribuidas, lo de abajo debe estar pensado para abajo y lo de arriba para arriba. Las zonas de uso común deben estar separadas de las de uso privado. Después pensamos en las características de la cocina: espaciosa, con despensa para guardar los alimentos (para algunos es un inmenso cajón de congelados).

4. ¿Y qué decir de las lámparas? Una araña en el salón y un flexo en el escritorio. Todo tiene su lugar.

5. Hasta las mascotas. Colocamos en el sitio idóneo la jaula del canario, sin demasiado sol ni corriente de aire.

6. ‘Bigotes’ no comparte su espacio con ‘Sultán’. Y qué decir del cuarto de los niños. Nada hay en el mundo tan rosa o tan azul.

Al final, tras los avatares y cansancios de la mudanza, nos sentamos plácidamente en el sofá, miramos al techo y decimos: ‘Ahora voy a descansar’.”[3]

La creación de la primera pareja se relaciona indefectiblemente con la creación de cielos y tierra y, más específicamente, con el Jardín del Edén. El matrimonio, la familia, pertenece a un espacio y en él halla su identidad. Es por ello que la palabra “familia” en hebreo (משפחה) tendrá un marcado sentido de cercanía a la tierra. Así lo observamos en la división del mundo (Gn 10,5ss), en la configuración de la tierra con relación a la bendición de Abrahán (Gn 12,3), en los descendientes de Esaú (Gn 36,40), en la celebración del Jubileo (Lv 25,10), en la polémica de las hijas de Zelofehad (Nm 27), en las leyes de herencia (Nm 33,54), en la repartición de Canaán (Jos 13,15ss) o en los paralelismos de los Salmos (Sl 22,27).

Estamos diseñados para el jardín del Edén, para convivir con un mundo de armonía, de confianza. Es por eso que anhelamos la Nueva Jerusalén y su descripción bucólica. Es por eso que, espontáneamente, precisamos la cercanía del hogar. No importa tanto si es un espacio de materiales de alta calidad como de una calidez que se materializa. Por tal razón, Dios comenzó creando el hogar. En palabras de Paul Eugène Charbonneau:

“Puede decirse que no hay estabilidad completa, moral y psicológica, más que para los esposos que se adscriben, con todo cuanto constituye su vida, dentro del plano providencial. Consciente y libremente.

Un hogar no está vivo más que si Dios está vivo en él. Un hombre y su mujer no ven claro en su existencia más que si filtran su mirada a través de la fe para enjuiciar toda cosa en su verdadero valor, dando a cada una el lugar que le corresponde.”[4]

O como dijo Ellen G. White:

“El hogar de nuestros primeros padres había de ser un modelo para cuando sus hijos saliesen a ocupar la tierra. Ese hogar, embellecido por la misma mano de Dios, no era un suntuoso palacio. Los hombres, en su orgullo, se deleitan en tener magníficos y costosos edificios y se enorgullecen de las obras de sus propias manos; pero Dios puso a Adán en un huerto. Esta fue su morada. Los azulados cielos le servían de techo; la tierra, con sus delicadas flores y su alfombra de animado verdor, era su piso; y las ramas frondosas de los hermosos árboles le servían de dosel. Sus paredes estaban engalanadas con los adornos más esplendorosos, que eran obra de la mano del sumo Artista. En el medio en que vivía la santa pareja, había una lección para todos los tiempos; a saber, que la verdadera felicidad se encuentra, no en dar rienda suelta al orgullo y al lujo, sino en la comunión con Dios por medio de sus obras creadas. Si los hombres pusiesen menos atención en lo superficial y cultivasen más la sencillez, cumplirían con mayor plenitud los designios que tuvo Dios al crearlos.”[5]

FUNDAMENTO 3

La naturaleza del ser humano: la pareja

En el primer capítulo de Génesis se establece con total claridad el origen del ser humano y su composición, “…hallamos, desde una perspectiva globalizadora, el proceso de creación de este mundo y todos aquellos seres que lo ‘adornan’ (así tuvo a bien denominarlo Casidoro de Reina). Como culmen de este proceso llega el modelado del primer hombre. Gn 1,26-31.

El relato se puede dividir en las siguientes secciones:

a. Propuesta de creación de un ser humano

b. Función del ser humano en la tierra

c. Creación del ser humano

d. Bendición de Yhwh

e. Sistema alimentario

f. Valoración y temporalidad del proceso de creación.

El ser humano es, por tanto, resultado de un consenso de Elohim (אלהים), imagen y semejanza de él (כדמותנו בצלמנו אדם נעשה). Este concepto de complementariedad y similitud es esencia de toda Antropología bíblica de parentesco. Es de destacar que Gn 1,26 no dice ‘hagamos al ser humano’ sino ‘un ser humano’ lo que nos hace intuir que no estamos hablando de un arquetipo sino de un prototipo. Es el primer modelo de esta tierra pero no el Urbild, el modelo inicial. Pero éste debiera ser el eje de otro tema que ronda más la teología de lo universal que lo propio de nuestro mundo.

Según Gn 1,27 el hombre es imagen de Dios, resultado de la combinación de lo masculino y lo femenino.”[6]

En una sociedad como la nuestra, fuertemente defensora del individuo, plantear una antropología desde lo diádico parece incomprensible. Gn 1, sin embargo, no responde a otro planteamiento. El “ser humano” creado a imagen y semejanza de Dios es masculino y femenino. No indica, como aseguraban los mitos griegos, que es un único ser hermafrodita sino que resulta de la suma de dos seres complementarios. Las implicaciones de este concepto son múltiples y generadoras de posibilidades. Detectemos algunas:

a. Antes del pecado, el ser humano tiene sentido en relación con su par. Observamos que el primer hombre se halla carente hasta la creación de la primera mujer. ¿Cómo sería posible esta situación si la mujer fuera un elemento suplementario y la persona se configurase sólo en el individuo?

b. Yhwh define esta creación como excelente. Por tanto, el clímax de la “imagen y semejanza” de los seres humanos reside en la pareja. La prosecución de un carácter que nos asemeje a lo divino encuentra una plataforma de notable proyección en el matrimonio. En dicho entorno es mucho más fácil desarrollarse como persona que en individualidad. Posiblemente ésta sea una de las razones por las que Satanás procura desestabilizar la estructura matrimonial.

c. En pareja no sólo hay plenitud y madurez sino, además, santificación. La vuelta al origen nos aproxima a nuestra esencia y a la comprensión de lo correcto. La religión es relación, compartida con el Altísimo y con nuestro par. En tal relación encuentra su espacio la dedicación y la exclusividad.

d. Desde un acercamiento diádico a la naturaleza del ser y a Gn 1 es mucho más fácil aproximarse, por tanto, al concepto de Trinidad. Los límites físicos no engloban la totalidad del ser.

FUNDAMENTO 4

El nivel de la relación: complementariedad

El relato de Gn 2 amplía lo expuesto anteriormente y supera los conceptos etiológicos para proponer metodologías. Se puede observar una pedagogía exquisita en el proceso de la creación del hombre y, posteriormente, de la mujer. Se aprecia, además, una propuesta de relación entre ambos seres, una relación de pares, de igualdad.

“Yhwh crea lo masculino proponiéndole que analice la esencia de los animales que le rodean (poniéndoles nombre) y haciéndole llegar a la conclusión de que le falta algo (mejor dicho ‘alguien’). No hay, en aquel momento, compañera que le complemente. ¡Se aprecia más lo que se ha sabido carente!

La expresión ‘ayuda idónea’ (`ëºzer KünegDô) de Gn 2,20 merece una reflexión. El término ‘ayuda’, en castellano, puede entenderse como un ‘apoyo’ en el sentido más instrumental de accesorio o complemento. Hay, tristemente, muchas parejas que conciben a su esposo o esposa como eso, un objeto. El vocablo `ëºzer, sin embargo, tiene un sentido mucho más intenso. Suele hacer referencia al apoyo que brinda el mismo Dios (Gn 49, 24; 1S 7,12; 1Cr 5,20) o al apoyo militar (Jos 1,4; 10,4.6.33; 2S 8,5; 18,3). Como bien indica el salmo 121,2: Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. La ayuda de Dios no es un instrumento de apoyo, es el sustento mismo de una persona.”[7]

Adán había puesto nombre a los animales pero no reacciona de esta manera con la primera mujer. Indica que “será llamada”. ¿Por qué evita la definición? Si bebiéramos de las fuentes semitas indicaríamos que no desea que sea una posesión (como refleja el dominio sobre los animales) sino que se encuentra en su mismo nivel, a su altura.

“El proyecto de la pareja se propone a los descendientes de los primeros seres humanos (Gn 2,24): Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser. ‘Y se une a su mujer’ tiene una belleza semántica impresionante. El vocablo däbaq (דבק) implica ‘enamorarse’ de alguien (Gn 34,3), ‘alcanzar’ a una persona (Gn 19,19; 31,23), ‘aferrarse’ a otro (Dt 10,20; Rt 1,14; Sal 63,8) o ‘seguir fielmente’ (Dt 11,22; 13,5; 30,20; Jos 22,5). El versículo no sólo hace referencia a una relación sexual sino que la implementa en una relación de vida, de amor, de cotidianidad, de asistencia, de fidelidad (valores que definen el matrimonio edénico). Bajo esta relación es cuando se produce la suma de ambos seres en uno solo: el ser humano.”[8]

El pecado le puso nombre a la mujer y, por ello, hasta hoy se la llama Eva.[9] La desigualdad no era la plataforma del Edén sino el resultado del pecado. Por muy arraigadas y arcaicas que sean las tradiciones sociales si discriminan a los seres humanos de sexo femenino, no retroceden más allá de Gn 3. El modelo edénico es otro, es un modelo de complementariedad donde los dos componentes del matrimonio crecen y se desarrollan en paridad, en la ecuanimidad de los que se aman como debe ser.

FUNDAMENTO 5

El desarrollo constante de la familia

Gn 1,28 establece los parámetros de avance de la pareja concretándose en la familia: “Fructificad y multiplicaos”. Se puede analizar el mandato desde dos planos bien diferenciados: el plano físico y el existencial. Yhwh propone a la primera pareja que continúen con el don de la creación. La familia surge de un acto de generosidad y potencia, primero divino y, consecuentemente, humano. Disfrutar de la posibilidad de dar vida amplifica el horizonte del ser humano y le hace, a través de la paternidad/maternidad, comprender mejor a Dios. Aunque desdibujado por el pecado, es el caso de Enoc. Comprende y prefiere a Yhwh tras su experiencia de paternidad.

El imperativo, sin embargo, debe ser considerado en su contexto apropiado y con sentido común.

“Quisiera recordar que el imperativo divino se ha interpretado por algunas religiones como una obligatoriedad de la relación marital. Incluso hoy día se sigue argumentando que la orden de la procreación debe respetarse con suma rigidez. ¡Qué vengan los hijos que el Señor nos mande! Con esta exclamación se propone una teología que considera la sexualidad como algo despreciable (apenas un mal menor para la procreación) y se promueve un crecimiento de población más orientado en obtener intereses geopolíticos que en el desarrollo de las familias.”[10]

Pero la expresión “fructificad y multiplicaos” también se expresa en el sentido del desarrollo existencial de la familia. El vocablo “fructificad” se acerca, además, al término español “disfrutad”. La familia es el espacio de la complacencia, de la amistad que aporta seguridad, del ambiente que genera consuelo. El relato genesiaco también apunta a la felicidad de los componentes de la estructura familiar, a procurar el bien de los nuestros. Por otro lado, “multiplicaos” se refiere al crecimiento como personas. En el hogar no hay cabida para mutilaciones de talentos, la persona se potencia con el apoyo de su gente y siente que multiplica sus capacidades. Tal y como indica, de forma precisa y sumamente acertada, Ellen G. White:

“El hogar hermoseado por el amor, la simpatía y la ternura es un lugar que los ángeles visitan con agrado, y donde se glorifica a Dios. La influencia de un hogar cristiano cuidadosamente custodiado en los años de la infancia y la juventud, es la salvaguardia más segura contra las corrupciones del mundo. En la atmósfera de un hogar tal, los niños aprenderán a amar a sus padres terrenales y a su Padre celestial.”[11]

FUNDAMENTO 6

Una estructura con horizonte

La familia es el taller donde los proyectos se concretan progresivamente. Gn 3 nos recuerda que este mundo está tocado por la irregularidad y que, a pesar de su impacto, es en el matrimonio avenido y en la familia en unidad donde se realizan los mayores cambios de las personas. El Espíritu de Profecía nos recuerda:

“Impregnad la atmósfera de vuestro hogar con la fragancia de un espíritu tierno y servicial. Si os habéis convertido en extraños y no habéis sido cristianos de acuerdo con la Biblia, convertíos; porque el carácter que adquiráis durante el tiempo de gracia será el carácter que tendréis cuando venga Cristo. Si queréis ser santos en el cielo, debéis ser santos primero en la tierra. Los rasgos de carácter que cultivéis en la vida no serán cambiados por la muerte ni por la resurrección. Saldréis de la tumba con la misma disposición que manifestasteis en vuestro hogar y en la sociedad. Jesús no cambia nuestro carácter al venir. La obra de transformación debe hacerse ahora. Nuestra vida diaria determina nuestro destino.”[12]

El ambiente del hogar debe ser tal que conduzca a la salvación. En primer lugar porque viva la esencia del Edén dentro de sus puertas. El contacto asertivo, afectivo y sincero de los miembros de una familia creará el entorno de un carácter maduro y equilibrado. Después, en el exterior. El mayor impacto de misión para los demás se encuentra en una familia que crece en Dios. La emulación de sus actitudes, de la bondad de sus acciones, se torna en bendición para los otros, los cercanos.

Gn 3, a pesar del dolor de las consecuencias del pecado, oferta el germen de la salvación. Dios escogió una familia amante para que su hijo naciera y una hija de Eva lo abrazó con la intensidad de una madre. Jesús respetó a las familias a tal grado que les dedicó su primer milagro y casi sus últimas palabras en la cruz. La gente de Caná, Juan y su madre fueron testigos de ello.

El futuro de los vínculos familiares va mucho más allá de nacer, crecer y morir. Se proyecta en la eternidad, en el horizonte que tiende a infinito. Volveremos al Jardín del Edén, es una promesa divina.

FUNDAMENTO 7

Dios sostiene esta alianza

La presión actual parece arrastrarnos a propuestas sociales donde el matrimonio y la familia pueden diluirse. Podría acontecer así si dependiera de nosotros tal institución pero Yhwh la sostiene.

“El matrimonio en la Biblia responde a la idea de pacto. El término que se emplea para “pacto” o “alianza” es Bürît y se registra en la palabra inspirada en 286 ocasiones. Es, especialmente, mencionado en Deuteronomio, Génesis y Jeremías. En la mayoría de los textos expresa la idea de ‘vínculo’ o ‘relación’. No es, sin embargo, una relación espontánea o natural sino una relación escogida y libre.

Este primer detalle nos ayuda a reflexionar sobre la naturaleza de las alianzas entre Dios y los hombres o entre los hombres entre sí. Todo pacto implica decisión sin presión, decisión por voluntad, por deseo.

Yhwh se relaciona con el hombre, más allá de por obligación, responsabilidad o interés, por agrado, por deseo de estar con sus criaturas. El inicio de una amistad, de un noviazgo o de un matrimonio se debe fundamentar en estos valores. Todo compromiso debe partir de libertad y de voluntad. Libertad para acceder al pacto desde la ilusión, la generosidad y el amor. Voluntad para comprometerse desde el anhelo, la motivación e, incluso, el placer. Nos comprometemos porque queremos comprometernos, porque nos gusta comprometernos…

El matrimonio, por tanto, se debiera desarrollar en dos direcciones, una horizontal y otra vertical. La dirección horizontal es entre el hombre y la mujer, y fluye en ambos sentidos hasta hacer de éstos un solo ser. La dirección vertical es entre Dios y la pareja. Tanto en cuanto fluya con intensidad dicho vínculo, se podrá apreciar el amor en mayúsculas.”[13]

El matrimonio y la familia en manos de Dios, por tanto, están abocados al triunfo. Y éste no es un discurso anacrónico, pacato o simplista. Cientos de años de experiencias lo ratifican, lo concretan e, incluso, simbolizan.[14] Cuando la persona comprende que su relación con pareja o familia va más allá del simple contrato, las cosas cambian.

Miramos al Génesis porque Jesús nos dio la orientación adecuada, porque supo sacarnos de la casuística de las irregularidades y darnos pasado y futuro. Desde la protología, con sus modelos y propuestas, construimos nuestra realidad porque tenemos aspiraciones de permanecer, de ser personas, de complementarnos, de vivir en paridad, de crecer, de disfrutar, de amar.



[1] Víctor M. Armenteros, El silencio en la mirada: Aplicaciones exegéticas a Dt 24, 1-4 (Libertador S. Martín, Entre Ríos: Editorial Universidad Adventista del Plata, 2010), 57-58.

[2] Víctor M. Armenteros, Amor se escribe sin h (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2010), 253.

[3] Ibíd., 60-62.

[4] Paul Eugène Charbonneau, Sentido cristiano del matrimonio (Barcelona: Herder, 1987), 30-31.

[5] Ellen G. White, El Hogar Cristiano (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1988), 115.

[6] Víctor M. Armenteros, “‘Una sola carne’: reflexiones sobre una antropología conyugal” Davar Logos 6.1 (2007): 94.

[7] Víctor M. Armenteros, Amor se escribe sin h, 65.

[8] Víctor M. Armenteros, “Una sola carne”, 95-96.

[9] Para una visión panorámica del concepto de Eva en la literatura y pensamiento contemporáneos véase Doretta M. Cornell, “Mother of All the Living: Reinterpretations of Eve in Contemporary Literature” Cross Currents nº 4 (2005): 91-107.

[10] Víctor M. Armenteros, Amor se escribe sin h, 71.

[11] Ellen G. White, El Hogar Cristiano, 15.

[12] Ibíd., 12.

[13] Víctor M. Armenteros, Amor se escribe sin h, 96-97.

[14] Véase Víctor M. Armenteros, “Yhwh, el amante: modelos de relación derivados de la simbología matrimonial veterotestamentaria” Davar Logos nº 3 (2004): 139-166.

La victoria sólo es de Dios

Era una mañana muy fría en Yavneh, el anciano rabbí Ben Azzay susurró el comienzo de la Torah. Aquel texto le había acompañado desde su infancia más tierna, desde aquellos días en los que se preparaba para su anhelado bar-mitzvah. Y seguía sin comprenderlo totalmente.

—¿Por qué será así? —se preguntaba una y otra vez. Había consultado los comentarios más selectos pero no terminaba de perfilar la irregularidad sintáctica.

—Debiera decir “Di-os creó los cielos y la tierra” y no lo que está escrito. ¿Por qué? ¿Por qué será así?

Fue entonces cuando se iluminó su mirada. Escribió con pulso tembloroso pero con certeza en el concepto:

Ven y observa la humildad del Santo, bendito sea. Un rey de carne y sangre menciona su nombre y después su creación. Sin embargo, el Santo, bendito sea, no hace así sino que menciona sus obras y, después de eso, menciona su nombre, como está dicho: “En el principio creó Dios” (Gn 1,1).

¡Esa era la clave! Hablaba de la humildad de Yhwh, así insiste el salmo 18,35 en que su “humildad nos sobrepasará”. El Señor va muy por delante de nosotros con sus buenas acciones, no tiene que mencionar su nombre porque sus hechos le califican. Su inmensidad se esconde tras su magnanimidad, tras la grandeza de su generosidad.

Era una mañana de gloria del año 1238 y Mohamed Ben-Nazar, Rey de Alhamar, entraba victorioso en la ciudad de Granada. Las multitudes, embriagadas de libertad, gritaban bienvenidas al triunfante guerrero. “¡Vencedor!” clamaban por doquier. En cierto momento, deteniendo su corcel, hizo una afirmación de tal magnitud que quedó registrada en los anales de la historia:

Wa lâ galibun Îlâ Allah (Sólo Dios es vencedor).

La dinastía nazarí incluyó esta expresión en cada uno de sus escudos. Es curioso que una de las etapas más florecientes de la cultura árabe andalusí repitió vez tras vez que el secreto de su éxito radicaba única y exclusivamente en Dios.

Es una mañana laodicense del siglo XXI. Leo Ap 3,14-22 y siento cierta incomodidad.

—¿Entro dentro de este paradigma? ¿Creo que soy mejor de lo que en realidad soy? ¿Necesito despojarme de mi nombre y volver a la inocencia de los primeros años de ministerio? ¿Veo distorsionadamente la realidad de mi trabajo y de mi iglesia? ¿Me pierdo en proyectos y presupuestos, en objetivos y números? —me repito con cierta incertidumbre.

Es entonces cuando viene a mi mente la frase de Ben-Nazar. Reconozco, en ese instante, que la historia de mi ministerio es el milagro de la participación de Dios en mi vida. Los momentos de éxito son suyos, yo apenas si he aportado voluntad. Y, espontáneamente, me apetece que toque la puerta de mi casa para que compartamos una pizza. No pienso permitir que los carbohidratos mermen nuestra amistad, al contrario, he decidido pedir una “extragrande” para que podamos dialogar hasta que salga el sol. Tengo algunas preguntas pensadas para ese momento, preguntas de pastor.

—¿Cómo haces para que la gente te quiera tanto y sin necesidad de darte publicidad? ¿Esto de ser humilde es para que te imite?

Estoy seguro que, mordiendo su porción de pizza, me pedirá que abra el evangelio de Mateo 11,29-30: “Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.” Es su manera de decirme que él está al otro lado, que tira de la carga. También me recordará, insistiendo en que es un trabajo en equipo entre Dios y los hombres, que yo estoy al otro lado. Y me explicará los detalles de la mansedumbre, de la sumisión y de la importancia de la humildad:

—¡Olvídate de tu nombre y haz! No sabes cuán gratificante es dar por dar, querer por querer, ayudar por ayudar. No dudaría ni un instante en volver a hacer lo que hice porque merece la pena.

Le pediré que se quede más pero me alentará a comenzar la semana. ¡Hay mucho trabajo por hacer! ¡Muchas personas no le han disfrutado todavía!

Compañeros en el ministerio, necesitamos recordar que, aunque tengamos una misión especial, somos personas sencillas. Este mecanismo nos proporcionará la visión adecuada del trabajo por los demás. Estamos en un momento de la historia en que los miembros de la iglesia necesitan que sus pastores les acompañen en las vicisitudes de sus existencias como pares consagrados. No podemos olvidarnos de eso.

Insistía Albert Camus en algo que quisiera compartir con vosotros: “No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo.” Tomemos a nuestras iglesias con el brazo sobre el hombro, como los que se aprecian, y avancemos en compañía, en paridad.

Cuando miro, en una noche constelada, el cielo y comprendo a Dios, así como es, grande, no dudo en comprenderme, así como soy, pequeño. Entonces, curiosamente, percibo que todo aquello lo hizo por mí, por ti y, paradójicamente, crezco como persona. Sin poder evitarlo exclamo:

—El Santo, bendito sea, no es como la gente común, le gusta hacer las cosas porque sí, sin necesidad de más... ¡Gracias, Padre!

El escarabajo supino

El frenesí se había opacado. En medio de la calzada, luchando contra su propio eje, lo encontré. Era uno entre cientos, algunos apasionados, otros fallecidos, la mayoría boca arriba. Era curioso observar que, insectos que son capaces de levantar más de trescientas veces su peso, apenas si podían voltearse. Era curioso y significativo. En cierta ocasión, un amigo biólogo me explicó que la interpretación usual es que su vida sólo tiene sentido si transmite material genético. Nacen, crecen rápidamente, se reproducen intensamente y fenecen.

Al verlo ahí, intentando separar el caparazón del suelo, pensé en la realidad del mundo. Los mensajes sociales nos han metamorfoseado en escarabajos: hedonistas unos, kafkianos otros. La existencia de muchos es como la del coleóptero: nacer, crecer, reproducirse y morir. Cada una de estas etapas debe impregnarse de placer, sea escapista o no. ¡Hasta la muerte requiere dulzura! Me entristece pensar que multitudes creen que su existencia es similar a la del escarabajo. Un par de siglos de pensamiento darwiniano y terminan concluyendo que son simple material genético en trasvase. Cuando, al final de sus días, reflexionan sobre sí mismos acaban expuestos, indefensos, sin horizonte vital. De ahí que disfruten lo que puedan, que vivan como si el mañana no existiera. Los entendería si no fuera porque concibo otro discurso: la esperanza.

No debiera extrañarnos la situación actual, ya fue predicha por el mismo Jesús. Mateo 24-25 es uno de esos textos que superan su tiempo, que discurren por la historia y llegan hasta nuestros días con el ímpetu de la certeza. Sí, un texto que habla de nosotros, de la situación de nuestro mundo. En la profecía, de concreta aplicación histórica y clara diacronía, se observan tres etapas que responden a las tres preguntas de los discípulos (Mt 24,3):

1. “¿Cuándo serán estas cosas?

2. “¿Qué señal habrá de su venida?

3. “¿Qué señal del fin del siglo?

Y Jesús da las directrices que salvó al judeocristianismo de la toma de Jerusalén, nos advierte de la situación mundial al final de los tiempos y nos anima a esperar su venida. Y, ésta última idea, fue y es la esperanza que ha mantenido la llama del cristianismo. El texto es extenso y convendría destacar una porción de la perícopa: la comparación del tiempo final con el tiempo en el que vivió Noé.

Dice Mt 24: 38-39:

La venida del Hijo del Hombre es similar a lo que sucedió en tiempos de Noé. Porque en los días previos al Diluvio y hasta el momento en que Noé entró en el arca, la gente no dejó de comer, ni de beber, ni de casarse y ni de dar en casamiento. No fueron conscientes hasta que llegó el Diluvio y los arrastró a todos, así será la venida del Hijo del hombre.[1]

Hasta el día de hoy no deja de sorprendernos la comparación de Jesús. Al identificar los tiempos del fin con los días en los que vivió Noé se observa que resalta los indicadores que muestra el Génesis, o la literatura judía al uso, aunque los matices se modifican un poco. El relato de la situación en la que se hallaban los antediluvianos se encuentra en dos secciones del capítulo seis de Génesis. En ambas se destaca el estado de corrupción de la sociedad en la que vivía el personaje bíblico:

1. Viendo Yhwh que la maldad de los hombres crecía sin medida y que sus pensamientos se inclinaban constantemente al mal, le pesó a Yhwh haber creado al ser humano sobre la Tierra y sintió tristeza en su corazón. (Gn 6,5-6)

2. A los ojos de Dios, la tierra estaba corrompida y llena de violencia, pues toda carne había desviado su camino. Al ver Dios tanta corrupción en la tierra dijo a Noé: “He decidido acabar con toda carne, pues por su culpa la tierra se ha corrompido. Voy a poner fin a la tierra juntamente con ellos”. (Gn 6,11-13)

Los versículos resaltan algunos términos que caracterizan la situación. “La maldad de los hombres crecía sin medida”, dicha expresión nos habla de una tendencia globalizada. El modelo social, la moral colectiva (pensando que mores es la costumbre de los pueblos) se enfrenta al diseño social de Dios, a la propuesta de praxis divina. Esta “moral” no sólo es exponencial sino obsesiva: “Sus pensamientos de inclinaban constantemente al mal”. Retengamos este concepto en nuestra mente porque resulta vital para comprender el panorama de las profecías relacionadas con el tiempo del fin: la intensidad.

Cuando hablamos del tiempo del fin y de sus señales mencionamos elementos que han acontecido a lo largo de la historia (siempre ha habido terremotos, eclipses, pestes, hambres, guerras, etc.). Lo destacable de nuestro tiempo frente a los eventos del pasado es la frecuencia (intensidad en el tiempo), la magnitud (intensidad en el espacio) y la tendencia (intensidad en lo social y motivacional).

La segunda sección de versículos es mucho más explícita. “La tierra estaba corrompida y llena de violencia, pues toda carne había desviado su camino.” El término “corrompida” viene de una raíz hebrea (sajat - שחת) que está vinculada con la “descomposición”. Tradicionalmente se ha asociado con la promiscuidad sexual o con la idolatría (si es que alguna vez, en la antigüedad, hubo alguna diferencia entre ambas prácticas). La segunda palabra que destaca es “violencia” y se asocia con la “extorsión” y el abuso de poder. El binomio promiscuidad-violencia fue una constante en la historia del Próximo Oriente (y, seguramente, en cualquier historia pasada o actual). La promiscuidad deriva ineludiblemente en cosificación, de la cosificación se pasa a la desvalorización del ser humano, y de la desvalorización a la expropiación de los elementos vitales (de ahí la fragilidad del concepto persona en sociedades que potencian el instinto o el hedonismo extremo). Del exceso a la violación, agresión o muerte hay un paso. Tal situación de desequilibrio afectó a toda criatura de la tierra. Así lo indica un comentario rabínico:

“Y miró Dios la tierra y he aquí que estaba corrompida...” (Gn 6,12). De igual manera que exigió el castigo de la humanidad, así también exigió el castigo del ganado, las bestias y las aves. ¿Dónde se indica que dicho castigo se les exigió? Como está dicho: “Y dijo YHWH: Disolveré...” (Gn 6,7). ¿Por qué todo aquello? Para enseñarte que también habían mezclado sus familias, se habían relacionado con especies que no eran la suya propia. Cada especie con especies que no eran las suyas. (TanjB noaj 11)

El sentido de “desviarse del camino” parece, nuevamente, vinculado con la sexualidad (una expresión similar se registra en Pr 30,19). Algún comentarista más atrevido llega a hablar de matrimonios entre hombres y animales.

Jesús no hace mención en su discurso a la violencia e incluye un matiz que no se expresa en el texto del Génesis: “...la gente no dejó de comer, ni de beber...” Ésta es una típica expresión semítica que va más allá del sustento alimentario. Aparece en unas 170 ocasiones en el texto bíblico y suele referirse al disfrute de una fiesta (o, en su ausencia, a la austeridad de un ayuno o de un duelo). Una traducción dinámica podría ser: “iban de fiesta en fiesta”. La obsesión de los antediluvianos estaba claramente vinculada con dos de los placeres más instintivos del ser humano: la comida y el sexo. La intensificación de sus motivaciones los “desvía” de la normalidad a la glotonería (quizá escapismo) o a la promiscuidad.

Y todo esto me hace pensar en la moral globalizada. ¿Por dónde transcurren las costumbres de nuestros congéneres? Es indudable que el materialismo, la posmodernidad relativista, la interiorización del evolucionismo han reducido el horizonte del hombre. Es comprensible que cientos piensen que hay que disfrutar del momento porque es lo único que tienen. De ahí la intensidad por disfrutar, por el placer, por el presentismo.

El gran drama de esta situación es que existe inconsciencia, tal y como indica el comentario de Jesús. Los ojos están velados y no pueden percibir que placer constante no implica felicidad, que escapismo no resulta en solución, que dar rienda suelta al instinto es liberar a un tirano titánico, que todo exceso es irregular. Hay otra opción pero no la conocen: Dios tiene tristeza en su corazón y desea que las cosas sean de otra manera. Estoy seguro que nos mira como al escarabajo de la comparación y nos pregunta:

-¿Qué haces boca arriba? Esa no es la posición adecuada. Despliega tus élitros y vuela, supera los límites del suelo. ¿Quieres que te eche una mano?

Miro a mi alrededor y, atónito, comprendo que la profecía de Jesús se cumple decididamente y creo. Porque para eso está la profecía, para creer (Jn 14,28). Y creo que hay un horizonte mayor que la vida en esta tierra, que a Jesús le gustaban las fiestas y el trabajo, que la sexualidad vive en la intimidad del matrimonio bendecido por Dios, que prefiero el gozo al placer, que hay una oportunidad para todos, que Yhwh es justo y nos quiere, que soy mucho más que material genético, soy persona, soy hijo del Creador.

Ya lo dijo Jesús, plantando la semilla de la esperanza: “También vosotros estáis ahora tristes, pero cuando os vuelva a ver os alegraréis y nadie os va a quitar esa alegría” (Jn 16,22)



[1] Las traducciones del texto no se atienen a una versión específica sino a la propia del autor.