Hace décadas que causan impacto y convocan multitud de seguidores. Las series de televisión no sólo se han adueñado de nuestros hogares sino que se permiten cambiar los tiempos y casi la ley (que se lo digan al último capítulo de Lost). Las hay de todos los tipos y colores. Para los adictos a la acción se ven violentas tramas policíacas con todo tipo de situaciones delictivas y técnicas de la pesquisa. Sea en Las Vegas, en Nueva York o en Miami, lo sórdido se une a un casquerío de cadáveres y órganos más propio de una carnicería gore que de una realidad probable. No nos interesan esas partes, aunque sean orgánicas. Para los de una imaginación desbordada están las de ciencia ficción. Las criaturas más extrañas y multiformes cohabitan con poderes supraextrarehiperfantásticos (ya nos faltan las partículas que expresen lo superlativo) y con paranoias asimiladas (a nadie se le ha ocurrido que los alienígenas con ojos a lo cíclope tengan la oportunidad de arrepentirse de ser los malísimos del lugar). Son dadas a secuelas y precuelas hasta que no se sabe bien si el ahora es antes o después. Tampoco nos interesan esas partes, demasiadas. Las hay romanticoides y culebronescas. La pobre huerfanita descubre que su padre no era tal y, tras una búsqueda azarosa en la que vive amores y desamores, se encuentra ante la fatídica certeza de que el malvado de la serie tuvo un affaire con su madre y que, como resultado, las disonancias existenciales se desarrollan desorbitadamente. El corazón de los diálogos y trama está tan “partió” que las evitamos con el interés de tener otra realidad sentimental. La colocamos, por tanto, aparte. Evito mencionar las series animadas iconoclastas y burdas. No merecen que departamos con ellas.
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No, no deseo jugar al exquisito, quiero que la analogía tenga otra plataforma: las series de médicos. Quien sabe si, en una adicción desmedida, no nos hallaremos en algún momento ante algún que otro doctor o sabiondillo de la farmacopea que use bastón y afirme que todas las personas mienten. O, quien sabe si el cirujano de aire italiano y con problemas agudos de fidelidad no se encarna en nuestro médico de cabecera y nos toca asesorarle sentimentalmente. O, y sería el colmo de lo extraordinario, quien sabe si, en un arrebato de cuestionamiento existencial, un especialista mejora su letra hasta tal grado que sea comprensible a los ojos de los seres no divinos, o sea nosotros. Cualquier cosa puede acontecer en las series de médicos porque forma parte del género. Sus tramas juegan con la existencia y la no existencia, recuerdan el miedo a lo irregular (enfermedad, desamor, incapacidad) y fortalecen lo mágico (curación, pasión, poder). Parecen atrapar el núcleo de las verdades pero, vapor de vapores, discurren constantemente entre las incertezas. Subyace irremediablemente una pregunta: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Se puede llegar a percibir o hay tantas posibilidades que apenas si barruntamos a intuir alguna razón?
Os parecerá hereje pero al libro de Qohelet le pasa lo mismo. Muchos teólogos y especialistas en literatura bíblica han procurado hallar el tema sobre el que se vertebra el texto y apenas si han propuesto inciertas aproximaciones. S.R. Driver llegó a decir:
La forma literaria del Qohelet es imperfecta. Excepto en los capítulos 1-2, donde el autor se deja llevar por el curso de su (real o imaginada) experiencia, se desarrolla raramente con sistematización: las conexiones de pensamiento son, a menudo, difíciles de aprovechar; el tema es dado a cambiar con cierta brusquedad; y el libro no muestra claramente las subdivisones… refleja, evidentemente, los cambios de ánimo del autor…[1]
No era una opinión aislada. Autores como A. Bea, H.L Ginsberg, O. Zockler se sintieron así ante la estructura de Qohelet. No eran capaces de dividirlo en partes que les satisfacieran totalmente.[2] Os preguntaréis: ¿cómo es posible que sesudos investigadores lleguen a tales conclusiones? Ahí es donde la comparación con las series de medicos tiene utilidad. Os devuelvo la pregunta: ¿De qué va la serie “Anatomía de Grey”? Me podéis contestar que es obvio, va de médicos. Pero la respuesta no es cierta porque están los que pueden afirmar que trata de amores complicados y resueltos con cierta torpeza. También están los que sostienen que analiza las diferentes reacciones de la naturaleza humana y que, por tanto, tiene un fuerte impacto psicológico. Algún profesional se permitiría sugerir que refleja las estructuras hospitalarias con sus vicios y anhelos institucionalizados. No tengo ninguna duda de que algún fan, al estilo del Funes borgeano, no será capaz de generalizar y empezará a recordar tal o cual personaje, el capítulo en que sucedió tal o cual hecho, la frase que marcó un hito o sacó a alguien de la serie.
Va de todas estas cosas y muchas más. Trata de la vida y de sus sentidos o sinsentidos. Lo mismo sucede con Qohelet, salvo que el libro de Salomón da un paso más allá. Ya lo intuyó M.V. Fox (no, no está relacionado con la Fox que estáis pensando) cuando dijo:
Mi tesis es que la principal preocupación del libro de Qohelet es el “sentido” – no trasciencia, no trabajo, no valores, no mortalidad. Encontramos estos temas en el libro pero son diferentes vías de aproximación que conducen al asunto principal, el sentido de la vida. Lo que contemplan todas las unidades de Qohelet es el colapso del sentido que se revela en las contradicciones de las que se impregna la vida. El colapso, el derribo, sólo es uno de los aspectos de su trabajo, otro es el acto de edificar, reconstruir y reconvertir sentidos.[3]
En capítulos anteriores (esta frase me suena mucho al inicio de una serie, ¿no?) habíamos comentado la naturaleza de la literatura sapiencial. Surge del choque de la macrohistoria (preñada de parámetros y espacios supraterrenales) con la microhistoria (apenas relato de lo cotidiano), de la incomprensión por parte del hombre de las cuestiones más básicas: ¿Qué diantres hago aquí? ¿Tiene algún valor lo que hago? ¿Cuánto me afecta lo que hago? ¿Hay solución para lo inevitable o simplemente es así? Si esto es así, ¿no es una faena la existencia? Si la persona, además, es creyente termina preguntándose: ¿Hay alguna razón para que esté aquí? ¿Tengo que aportar algo? ¿Estoy acertado en lo que valoro? ¿Cuánto afecta mi comportamiento a mi salvación? ¿Entiendo la voluntad divina y la practico? ¿Cuál es el sentido de las cosas?
Las series de médicos no contestan estas preguntas porque sólo reflejan lo cotidiano. No alcanzan a percibir la macrohistoria, están más interesadas en la cantidad de gente que los contempla a lo Farenheit 451 o si seguirán en circulación la próxima temporada. Qohelet no es así, aporta, al menos, una respuesta.
Corte y disección
La palabra “anatomía” viene de una combinación de términos griegos que significan “corte” (ana) y “disección” (tome). Para comprender la interioridad de la mayoría de los libros de la Biblia se aplica, aunque muchos no lo definan así, una técnica similar. Se divide el texto en secciones y se interpretan sus relaciones. Para algunos es un acto de profunda liturgia, para otros, un simple ejercicio de imaginación. David A. Dorsey supera ambos grupos. Corta y disecciona los libros del Antiguo Testamento con una naturalidad propia de un cirujano experto. Él propone la siguiente estructura para la totalidad del material de Qohelet:
Título: el autor es mencionado en tercera persona (1:1)
A: Poema acerca de la brevedad e insignificancia de la vida (1:2-11)
B: El fracaso de la sabiduría para descubrir el sentido de la vida (1:12-2:26)
C: Poema acerca del tiempo (3:1-15)
CENTRO: Temer a Dios (3:16-6:12)
C’: Poema acerca del tiempo revisitado (7:1-14)
B’: El fracaso de la sabiduría para descubrir el sentido de la vida revisitado (7:15-10:19)
A’: Poema acerca de la brevedad e insignificancia de la vida revisitado (10:20-12:8)
Conclusión: el autor es mencionado en tercera persona (12:9-14)[4]
De un simple vistazo podemos observar varios detalles que son sumamente interesantes.
En primer lugar nos vamos a detener en la forma: la simetría concéntrica. En la antigüedad, sobre todo a los orientales pero también existen registros en la literatura griega, les fascinaba el paralelismo como recurso retórico. Ese eco podía ser simplemente entre ideas que se continuaban o de formas literarias mayores. Qohelet es un libro sapiencial que es un subgénero de la literatura poética. Es, por ello, que hallamos continuamente imágenes repetidas que indican lo mismo, lo contrario o una consecuencia de lo precedente (paralelismo sinonímico, antitético o sintético).
Veamos algunos ejemplos de paralelismo sinonímico:
No le negué nada a mis ojos,
ni prive mi corazón
de ningún placer.
(Qohelet 2,10 )
El autor está recordando el tipo de vida que llevaba y va a indicar lo mismo con dos frases distintas. ¿Por qué hace esto? Hemos de pensar que la literatura hebrea cuenta con algo que es cada vez más escaso en nuestra cultura: tiempo. Nosotros vivimos atados a la pulsera de nuestros relojes, ellos no. La repetición refleja una cultura en la que se rumían las palabras, en que existe el goce por una oralidad dilatada. Por otro lado, la repetición es un recurso mnemotécnico. La memoria se fija en las sentencias redundantes.
¿Quién sabe lo que conviene
al hombre
a lo largo de su fugaz vivir,
donde pasa como sombra?
¿Quién puede decir al hombre
que sucederá tras de sí
bajo el sol?
(Qohelet 6,12)
La pregunta existencial se duplica con el deseo de resaltar por un lado lo instantáneo del vivir y, por otro, la exposición del hombre ante el sol (lo cósmico) y su sombra (lo terreno). Las imágenes adquieren su panorama completo en la repetición.
También hallamos paralelismos antitéticos donde el contraste de las ideas permite que se adquiera mejor el concepto. Por ejemplo:
Vi a los oprimidos llorar
sin consolador,
del lado de los opresores
estaba la fuerza
y no tenían consolador.
(Qohelet 4,1)
La primera frase nos presenta la visión de los marginados, de los ‘anawimque no tienen otra posibilidad que el llanto. La segunda nos muestra a aquellos que emplean la fuerza para someter. Dos grupos sociales en conflicto del que, para amplificar la desgracia de los oprimidos, los primeros no tienen quien les apoye o consuele.
La mayoría de los paralelismos de Qohelet, sin embargo, son de tipo sintético. Podemos observar cómo se va desarrollando la idea hasta llegar a una conclusión. Un ejemplo:
Igual que los animales
acaban los hombres,
tienen el mismo fin,
ambos mueren
y ambos tienen vida.
(Qohelet 3,19)
El resultado deviene por el orden lógico de la naturaleza. Tal y como acontece con el mundo animal, así con el hombre.
Los paralelismo superan el nivel de los párrafos para crear secciones mayores que no tienen porque ser del mismo tipo de paralelismo. Observad el siguiente ejemplo:
Vi a los oprimidos llorar
sin consolador,
del lado de los opresores
estaba la fuerza
y no tenían consolador.
Pensé que los muertos
que murieron
estaban más felices
que los vivos
que viven.
(Qohelet 4,1-2)
Nos encontramos con dos párrafos que internamente presentan paralelismos antitéticos (oprimidos/opresores – muertos/vivos) pero que cuando los relacionamos entre sí son paralelismos sinonímicos.
Bien, acabamos de conocer la célula (entiéndase paralelismo) de la poesía hebrea y cómo van configurando tejidos o estructuras superiores. Una de las estructuras más comunes es el quiasmo. ¿Qué quiere decir esto? En las lenguas modernas, sobre todo occidentales, el discurso se suele construir en tres partes de crecimiento lineal: introducción, desarrollo y conclusión. Podíamos representarlo como A + B + C. Usualmente, lo más relevante se considera en C. Casi nunca es así en la poesía hebrea. La estructura más común es en forma de equis (que para hacerlo más técnico se emplea el término griego y decimos que es un “quiasmo”). Podemos representarla como A + B + C + C’ + B’ +A’. Veis que les gusta hacer paralelismos hasta en su desarrollo conceptual. A diferencia de nuestra retórica, en su discurso lo de mayor relevancia se encuentra hacia el centro de la estructura. En algunas ocasiones aparece una sección justo en la mitad de la estructura (ABC D C’B’A’) que puede indicar dos cosas: o es un punto de inflexión de todo el razonamiento o es el clímax de toda la argumentación. A esta estructura quiásmica se la denomina simetría concéntrica.
Qohelet es una simetría concéntrica perfectamente engarzada. En ella detectamos siete secciones claramente marcadas. Tal forma ha hecho pensar a algunos teólogos que tenía la figura de una menorah o candelabro de siete brazos. Curioso, ¿no?
Lo más importante en Qohelet
Tras lo expuesto anteriormente podemos detectar algunos sentidos a la forma del libro de Qohelet.
Primero, que al principio y al final del libro se habla del autor en tercera persona. Parece extraño pero es una excelente forma de marcar los límites del texto. Es como si se hubiera editado todo el material por alguien ajeno al texto y que nos presenta con intensidad los pensamientos del rey sabio. También podemos pensar que Salomón se abstrae de su identidad para presentar un mensaje globalizado y universal.
Segundo, estamos ante una simetría concéntrica donde algunos temas se revisitan para matizarlos o contrastarlos pero que, al final derivan en un concepto central. ¿Qué será esa sección que sirve de eje? ¿Un punto de inflexión? ¿El clímax? La lectura detallada del texto nos obliga a pensar que pueden ser ambas.
Tercero, la insignificancia de la vida es el primer concepto en estudio. Un somero análisis social nos muestra que queda mucho por mejorar en la calidad de vida del ser humano. Así era entonces y así es hoy día. Los que leemos estos textos, en Internet y conectados, no siempre tenemos la mirada de la globalidad de las personas. Somos los pocos agraciados con el bienestar y la tecnología. Hay muchos ahí afuera que tienen la vida colgada de un hilo, y no precisamente musical. Mirar con sensibilidad y, cómo no, con sentido sólo nos lleva a concluir que la vida es frágil. Salomón comienza reflexionando sobre este hecho.
Cuarto, por mucho que se intente comprender la naturaleza de esta situación no hay posibilidad de generalización o síntesis. Esta idea de Qohelet nos molesta porque creemos que estamos en la cresta del conocimiento. Lo cierto es que percibimos fragmentos de la realidad y las razones se nos escapan. Apenas si somos capaces de percibir que lo macro es un conflicto cósmico de una envergadura tal que tiene consecuencias universales y eternas. Pero, por otro lado, es muy sano entender que no estamos obligados a tener todas las respuestas ni a contestar a todo. Ya sé que mis amigos más intelectuales se van a molestar con esta afirmación. No digo que no profundicemos en la investigación ni en la ciencia. Por supuesto que no. Afirmo que nos libremos de la amargura de desear albergar todas las razones, todos los métodos, todas las soluciones.
Como cristiano, y es una diferencia radical a otras superestructuras de pensamiento, creo que Cristo suple lo que a mi me falta. El me potencia, me mejora, amplifica mi carácter en bondad y mi capacidad en sabiduría pero, sobre todo, me suple. Complementa aquellos espacios a los que no llego y me aporta tranquilidad.
Salomón era el más sabio porque conocía, y es mucho, cuales eran sus límites.
Quinto, no podemos contener ni linealizar el tiempo. El hombre tiene tendencia al monocultivo, a esa obsesión por lo similar sin diversificar espacios. El paisaje de Dios es diferente, le fascina la creatividad, la multiculturalidad, la policromía, los dones. Llega en este anhelo hasta el tiempo. Por eso hay tiempo para todo. Nos proporciona instantes variados y jugosos para que crezcamos todos en todo. Esa reflexión choca con nuestra cultura compartimentada y esclava de calendarios. El tiempo se percibe, se asume o se disfruta con la consciencia del instante. El tiempo no sólo es relativo en su cuantificación sino, además, en su calidad.
Por último y sexto lugar, todo gira en torno a Dios. El temor a Dios (creo que la expresión hace más referencia a “respeto” que a otra cosa) es la clave de todo. Lo no perceptible se hace más lógico cuando se potencia el apego a lo divino. Si deseamos captar la esencia de Qohelet hemos de entrar en la plataforma que va más allá de lo material. Recordad que las cosas espirituales son invisibles para aquellos que sólo contemplan lo empírico. El mundo de lo espiritual (que no de lo místico) nos permite ver el panorama completo de la naturaleza del hombre. En este sentido, la sección central del libro es punto de inflexión.
El hombre es criatura afectada por el desequilibrio del pecado. Afectada no sólo en el plano de lo moral sino, además, de lo cognoscible. No podemos percibir la totalidad porque estamos aferrados a nuestra parcialidad. Ser criatura implica un Creador, esa conexión es la que nos aporta esperanza y posibilidades. En este sentido, la sección central del libro es el clímax.
El respeto a Dios clarifica el sentido de la vida.
Reconozco que no me entrego fácilmente a las series de médicos. Me pierdo entre tanto tecnicismo supuestamente fundamentado, tantas idas y venidas amorosas, tanto drama exacerbado. Reconozco que representan como pocos films la condición humana y, eso, me aporta tristeza porque hay mucha gente en confusión. Os sugiero, por ello, que invirtáis mejor vuestro tiempo, que podáis diseccionar Qohelet y detectar que hay algo más allá de la simple “anatomia”: la posibilidad de captar las cosas a través de Dios.
Engánchate a la mejor serie de cualquier temporada.
Entre las sierras de Gilet y las de Córdoba de Nueva Andalucía, el 24 de agosto del 2010.
[1] Citado por David A. Dorsey, The Literary Structure of the Old Testament: A Commentary on Genesis-Malachi (Grands Rapids, MI: Baker Books, 1999), 192.
[2] Para un excelente rastreo del proceso de investigación sobre el libro de Qohelet véase el texto de I.J.J. Spangenberg, “A Century of Wrestling with Qohelet: The Research History of the Book Illustrated with a Discussion of Qohelet 4,17-5,6” en A. Schoors (ed), Qohelet in the Context of Wisdom (Leuven: Leuven University Press, 1998), 61-92.
[3] M.V. Fox, “The Inner Structure of Qohelet’s Thought” en A. Schoors (ed), Qohelet in the Context of Wisdom (Leuven: Leuven University Press, 1998), 225-238.
[4] David A. Dorsey, The Literary Structure of the Old Testament, 193.
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