Hay conceptos, y los vocablos que los abrazan, que se antojan pasados de moda. Eso acontece con “fundamento” y su, actualmente temido, derivado: “fundamentalismo”. Algo similar sucede con “teología”, para algunos término de estructura medieval y opresora, para otros erudita y antojadiza. Y qué decir de “familia”, antes célula de la sociedad, ahora objeto de sonados debates por su configuración.
¡Imaginaos si se nos ocurriera reflexionar sobre los “Fundamentos para una Teología de la Familia”! Un temor posmoderno nos podría invadir pensando más en el qué dirán que en el qué aportaremos. Pero hemos de seguir manteniendo lo valioso de este mundo y habrá que tratar el tema porque la moda no rige los tiempos ni, condiciones de su naturaleza, tiende a perdurar. Y que ocurra lo que tenga que ocurrir.
FUNDAMENTO 1
Los principios en el principio
En aquellas culturas que no se rigen por textos con connotaciones de transcendencia las relaciones matrimoniales se formalizan con ritos de pasaje vinculados, comúnmente, con la fertilidad o la fecundidad. No acontece de igual manera cuando los ciclos de la vida se asocian a textos que sí se consideran transcendentes. Hemos de enfrentarnos, por tanto, a la pregunta: ¿qué debe motivar nuestro proceder: la crisis vital o el texto bíblico? Esta tensión interpretativa es una constante en nuestros días porque la presión social afecta intensamente las creencias.
“Por un lado se encuentran los que inciden en la importancia del texto como generador de modelos de actuación, por el otro, los que prescinden de los límites de la letra para adecuarla a las prácticas de la sociedad. La pregunta de cualquier persona de bien es: ¿dónde se encuentra la Verdad? Si la palabra inspirada es dada como guía, ¿hacia dónde hemos de dirigirnos? ¿existe más de una vía? ¿y más de un sentido? ¿podemos estar en la misma vía con sentidos distintos?
Para un cristiano la Verdad existe, no es un sumatorio de imprecisiones. Para un cristiano la Verdad se personifica: ‘Enséñame, Yhwh, tu camino, y caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre’ (Sal 86,11) o ‘yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie viene al Padre sino por mí’ (Jn 14,6). La hermenéutica cristiana es, esencialmente, cristocéntrica. No sólo porque sea el eje de tipologías y profecías sino porque Jesús da sentido a la globalidad de la Escritura con su vida y con sus palabras. La única certeza que tenemos es que, en su voz, está la Verdad.”[1]
En las tierras del otro lado del Jordán, espacios herodianos y contemporizadores, ante el debate de los social frente a lo interpretado, con relación al matrimonio, Jesús responde (Mt 19,4-8):
–¿No habéis leído que en el principio el Creador “los hizo hombre y mujer”, y dijo: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”? Así que ya no son dos, sino uno solo. Por tanto, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
Argumento contrarrestado por los eruditos del momento:
–¿Por qué, entonces, mandó Moisés que un hombre le diera a su esposa un certificado de divorcio y la despidiera?
Y la norma hermenéutica en la voz jesuana establece parámetros:
–Moisés os permitió repudiar a vuestra esposa por lo obstinados que sois. Pero no fue así desde el principio.
Cristo recurre al argumento de precedencia, elemental en la rabínica tannaítica, para situar todo planteamiento de las relaciones matrimoniales en el momento de los ideales, cuando la institución no ha sido afectada por el pecado. No contemporiza con lo social porque tal procedimiento está afectado por el desequilibrio, busca el proyecto original para generar pautas. Posiblemente, ahí esté la clave de toda reflexión sobre los “Fundamentos de una Teología de la Familia”: los orígenes. A la luz del Génesis, de la protología, hallamos el sentido de nuestra fundamentación en los tiempos actuales, tiempos de escatología.
“Hay cosas que se produjeron en el pasado y que no debieran seguir produciéndose porque son inferiores al modelo original. Hay que recurrir siempre al modelo para establecer los hábitos no a situaciones excepcionales. Las excepciones no están capacitadas para generar fórmulas de comportamiento, son excepciones. Podemos contemplarlas e intentar solucionar lo máximo pero siempre serán irregularidades del modelo a imitar.”[2]
Volquemos, por tanto, nuestra mirada al Génesis para descubrir lo fundamental en el matrimonio y la familia.
FUNDAMENTO 2
El encuadre de todos: el hogar
Empecemos por lo primero: ¿qué sentido tiene el universo sin sus criaturas? Génesis comienza su relato con un Dios creador que anhela más y, por eso, crea. Crea el espacio no por un acto estético infértil sino porque de ese más surgen sus criaturas y tales seres precisan lugares donde gestarse, crecer y disfrutar. Podemos concluir que, antes que ningún ser sea consciente de su realidad, Dios le hizo un hogar. Podemos, además, añadir que en todo este proceso Dios es el Creador y todo lo demás deriva de Él, es creatura de su gracia.
“En el primer capítulo del Génesis hallamos el proceso de creación de este mundo y todos aquellos seres que lo ‘adornan’ (de esta manera tan gráfica tradujo Casiodoro de Reina al castellano). Yhwh decide, en siete días, crear el hábitat para el ser humano. El universo, en sí, es un espacio matemáticamente ajustado para la vida. Los científicos debaten sobre las implicaciones del Principio Antrópico y, sean creyentes o no, lo cierto es que existen numerosas ‘casualidades’ cosmológicas que permiten la existencia del hombre en esta parte de la inmensidad.
Bajo la visión de un creyente, creacionista, todo corresponde a un diseño inteligente, a las manos del Artista que tiene la posibilidad de forjar espacios mayúsculos y diminutos. Un Arquitecto que medita cada tensión, cada textura, cada material hasta hacer realidad un proyecto.
Así acontece en el primer capítulo de Génesis.
Es curioso, seguimos sus pasos cuando construimos nuestros microespacios, nuestros hogares:
1. Pensamos que el lugar donde vamos a edificar o alquilar sea luminoso. ‘Da mucha alegría a una casa que tenga luz’ suelen decir las esposas cuando valoran un lugar u otro para mudarse.
2. También debe poseer espacios de intimidad, donde la oscuridad y el silencio nos permitan dormir apaciblemente. Es el tiempo de decidir dónde y cómo se colocan las cortinas.
3. Se precisa, además, que las partes estén bien distribuidas, lo de abajo debe estar pensado para abajo y lo de arriba para arriba. Las zonas de uso común deben estar separadas de las de uso privado. Después pensamos en las características de la cocina: espaciosa, con despensa para guardar los alimentos (para algunos es un inmenso cajón de congelados).
4. ¿Y qué decir de las lámparas? Una araña en el salón y un flexo en el escritorio. Todo tiene su lugar.
5. Hasta las mascotas. Colocamos en el sitio idóneo la jaula del canario, sin demasiado sol ni corriente de aire.
6. ‘Bigotes’ no comparte su espacio con ‘Sultán’. Y qué decir del cuarto de los niños. Nada hay en el mundo tan rosa o tan azul.
Al final, tras los avatares y cansancios de la mudanza, nos sentamos plácidamente en el sofá, miramos al techo y decimos: ‘Ahora voy a descansar’.”[3]
La creación de la primera pareja se relaciona indefectiblemente con la creación de cielos y tierra y, más específicamente, con el Jardín del Edén. El matrimonio, la familia, pertenece a un espacio y en él halla su identidad. Es por ello que la palabra “familia” en hebreo (משפחה) tendrá un marcado sentido de cercanía a la tierra. Así lo observamos en la división del mundo (Gn 10,5ss), en la configuración de la tierra con relación a la bendición de Abrahán (Gn 12,3), en los descendientes de Esaú (Gn 36,40), en la celebración del Jubileo (Lv 25,10), en la polémica de las hijas de Zelofehad (Nm 27), en las leyes de herencia (Nm 33,54), en la repartición de Canaán (Jos 13,15ss) o en los paralelismos de los Salmos (Sl 22,27).
Estamos diseñados para el jardín del Edén, para convivir con un mundo de armonía, de confianza. Es por eso que anhelamos la Nueva Jerusalén y su descripción bucólica. Es por eso que, espontáneamente, precisamos la cercanía del hogar. No importa tanto si es un espacio de materiales de alta calidad como de una calidez que se materializa. Por tal razón, Dios comenzó creando el hogar. En palabras de Paul Eugène Charbonneau:
“Puede decirse que no hay estabilidad completa, moral y psicológica, más que para los esposos que se adscriben, con todo cuanto constituye su vida, dentro del plano providencial. Consciente y libremente.
Un hogar no está vivo más que si Dios está vivo en él. Un hombre y su mujer no ven claro en su existencia más que si filtran su mirada a través de la fe para enjuiciar toda cosa en su verdadero valor, dando a cada una el lugar que le corresponde.”[4]
O como dijo Ellen G. White:
“El hogar de nuestros primeros padres había de ser un modelo para cuando sus hijos saliesen a ocupar la tierra. Ese hogar, embellecido por la misma mano de Dios, no era un suntuoso palacio. Los hombres, en su orgullo, se deleitan en tener magníficos y costosos edificios y se enorgullecen de las obras de sus propias manos; pero Dios puso a Adán en un huerto. Esta fue su morada. Los azulados cielos le servían de techo; la tierra, con sus delicadas flores y su alfombra de animado verdor, era su piso; y las ramas frondosas de los hermosos árboles le servían de dosel. Sus paredes estaban engalanadas con los adornos más esplendorosos, que eran obra de la mano del sumo Artista. En el medio en que vivía la santa pareja, había una lección para todos los tiempos; a saber, que la verdadera felicidad se encuentra, no en dar rienda suelta al orgullo y al lujo, sino en la comunión con Dios por medio de sus obras creadas. Si los hombres pusiesen menos atención en lo superficial y cultivasen más la sencillez, cumplirían con mayor plenitud los designios que tuvo Dios al crearlos.”[5]
FUNDAMENTO 3
La naturaleza del ser humano: la pareja
En el primer capítulo de Génesis se establece con total claridad el origen del ser humano y su composición, “…hallamos, desde una perspectiva globalizadora, el proceso de creación de este mundo y todos aquellos seres que lo ‘adornan’ (así tuvo a bien denominarlo Casidoro de Reina). Como culmen de este proceso llega el modelado del primer hombre. Gn 1,26-31.
El relato se puede dividir en las siguientes secciones:
a. Propuesta de creación de un ser humano
b. Función del ser humano en la tierra
c. Creación del ser humano
d. Bendición de Yhwh
e. Sistema alimentario
f. Valoración y temporalidad del proceso de creación.
El ser humano es, por tanto, resultado de un consenso de Elohim (אלהים), imagen y semejanza de él (כדמותנו בצלמנו אדם נעשה). Este concepto de complementariedad y similitud es esencia de toda Antropología bíblica de parentesco. Es de destacar que Gn 1,26 no dice ‘hagamos al ser humano’ sino ‘un ser humano’ lo que nos hace intuir que no estamos hablando de un arquetipo sino de un prototipo. Es el primer modelo de esta tierra pero no el Urbild, el modelo inicial. Pero éste debiera ser el eje de otro tema que ronda más la teología de lo universal que lo propio de nuestro mundo.
Según Gn 1,27 el hombre es imagen de Dios, resultado de la combinación de lo masculino y lo femenino.”[6]
En una sociedad como la nuestra, fuertemente defensora del individuo, plantear una antropología desde lo diádico parece incomprensible. Gn 1, sin embargo, no responde a otro planteamiento. El “ser humano” creado a imagen y semejanza de Dios es masculino y femenino. No indica, como aseguraban los mitos griegos, que es un único ser hermafrodita sino que resulta de la suma de dos seres complementarios. Las implicaciones de este concepto son múltiples y generadoras de posibilidades. Detectemos algunas:
a. Antes del pecado, el ser humano tiene sentido en relación con su par. Observamos que el primer hombre se halla carente hasta la creación de la primera mujer. ¿Cómo sería posible esta situación si la mujer fuera un elemento suplementario y la persona se configurase sólo en el individuo?
b. Yhwh define esta creación como excelente. Por tanto, el clímax de la “imagen y semejanza” de los seres humanos reside en la pareja. La prosecución de un carácter que nos asemeje a lo divino encuentra una plataforma de notable proyección en el matrimonio. En dicho entorno es mucho más fácil desarrollarse como persona que en individualidad. Posiblemente ésta sea una de las razones por las que Satanás procura desestabilizar la estructura matrimonial.
c. En pareja no sólo hay plenitud y madurez sino, además, santificación. La vuelta al origen nos aproxima a nuestra esencia y a la comprensión de lo correcto. La religión es relación, compartida con el Altísimo y con nuestro par. En tal relación encuentra su espacio la dedicación y la exclusividad.
d. Desde un acercamiento diádico a la naturaleza del ser y a Gn 1 es mucho más fácil aproximarse, por tanto, al concepto de Trinidad. Los límites físicos no engloban la totalidad del ser.
FUNDAMENTO 4
El nivel de la relación: complementariedad
El relato de Gn 2 amplía lo expuesto anteriormente y supera los conceptos etiológicos para proponer metodologías. Se puede observar una pedagogía exquisita en el proceso de la creación del hombre y, posteriormente, de la mujer. Se aprecia, además, una propuesta de relación entre ambos seres, una relación de pares, de igualdad.
“Yhwh crea lo masculino proponiéndole que analice la esencia de los animales que le rodean (poniéndoles nombre) y haciéndole llegar a la conclusión de que le falta algo (mejor dicho ‘alguien’). No hay, en aquel momento, compañera que le complemente. ¡Se aprecia más lo que se ha sabido carente!
La expresión ‘ayuda idónea’ (`ëºzer KünegDô) de Gn 2,20 merece una reflexión. El término ‘ayuda’, en castellano, puede entenderse como un ‘apoyo’ en el sentido más instrumental de accesorio o complemento. Hay, tristemente, muchas parejas que conciben a su esposo o esposa como eso, un objeto. El vocablo `ëºzer, sin embargo, tiene un sentido mucho más intenso. Suele hacer referencia al apoyo que brinda el mismo Dios (Gn 49, 24; 1S 7,12; 1Cr 5,20) o al apoyo militar (Jos 1,4; 10,4.6.33; 2S 8,5; 18,3). Como bien indica el salmo 121,2: Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. La ayuda de Dios no es un instrumento de apoyo, es el sustento mismo de una persona.”[7]
Adán había puesto nombre a los animales pero no reacciona de esta manera con la primera mujer. Indica que “será llamada”. ¿Por qué evita la definición? Si bebiéramos de las fuentes semitas indicaríamos que no desea que sea una posesión (como refleja el dominio sobre los animales) sino que se encuentra en su mismo nivel, a su altura.
“El proyecto de la pareja se propone a los descendientes de los primeros seres humanos (Gn 2,24): Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser. ‘Y se une a su mujer’ tiene una belleza semántica impresionante. El vocablo däbaq (דבק) implica ‘enamorarse’ de alguien (Gn 34,3), ‘alcanzar’ a una persona (Gn 19,19; 31,23), ‘aferrarse’ a otro (Dt 10,20; Rt 1,14; Sal 63,8) o ‘seguir fielmente’ (Dt 11,22; 13,5; 30,20; Jos 22,5). El versículo no sólo hace referencia a una relación sexual sino que la implementa en una relación de vida, de amor, de cotidianidad, de asistencia, de fidelidad (valores que definen el matrimonio edénico). Bajo esta relación es cuando se produce la suma de ambos seres en uno solo: el ser humano.”[8]
El pecado le puso nombre a la mujer y, por ello, hasta hoy se la llama Eva.[9] La desigualdad no era la plataforma del Edén sino el resultado del pecado. Por muy arraigadas y arcaicas que sean las tradiciones sociales si discriminan a los seres humanos de sexo femenino, no retroceden más allá de Gn 3. El modelo edénico es otro, es un modelo de complementariedad donde los dos componentes del matrimonio crecen y se desarrollan en paridad, en la ecuanimidad de los que se aman como debe ser.
FUNDAMENTO 5
El desarrollo constante de la familia
Gn 1,28 establece los parámetros de avance de la pareja concretándose en la familia: “Fructificad y multiplicaos”. Se puede analizar el mandato desde dos planos bien diferenciados: el plano físico y el existencial. Yhwh propone a la primera pareja que continúen con el don de la creación. La familia surge de un acto de generosidad y potencia, primero divino y, consecuentemente, humano. Disfrutar de la posibilidad de dar vida amplifica el horizonte del ser humano y le hace, a través de la paternidad/maternidad, comprender mejor a Dios. Aunque desdibujado por el pecado, es el caso de Enoc. Comprende y prefiere a Yhwh tras su experiencia de paternidad.
El imperativo, sin embargo, debe ser considerado en su contexto apropiado y con sentido común.
“Quisiera recordar que el imperativo divino se ha interpretado por algunas religiones como una obligatoriedad de la relación marital. Incluso hoy día se sigue argumentando que la orden de la procreación debe respetarse con suma rigidez. ¡Qué vengan los hijos que el Señor nos mande! Con esta exclamación se propone una teología que considera la sexualidad como algo despreciable (apenas un mal menor para la procreación) y se promueve un crecimiento de población más orientado en obtener intereses geopolíticos que en el desarrollo de las familias.”[10]
Pero la expresión “fructificad y multiplicaos” también se expresa en el sentido del desarrollo existencial de la familia. El vocablo “fructificad” se acerca, además, al término español “disfrutad”. La familia es el espacio de la complacencia, de la amistad que aporta seguridad, del ambiente que genera consuelo. El relato genesiaco también apunta a la felicidad de los componentes de la estructura familiar, a procurar el bien de los nuestros. Por otro lado, “multiplicaos” se refiere al crecimiento como personas. En el hogar no hay cabida para mutilaciones de talentos, la persona se potencia con el apoyo de su gente y siente que multiplica sus capacidades. Tal y como indica, de forma precisa y sumamente acertada, Ellen G. White:
“El hogar hermoseado por el amor, la simpatía y la ternura es un lugar que los ángeles visitan con agrado, y donde se glorifica a Dios. La influencia de un hogar cristiano cuidadosamente custodiado en los años de la infancia y la juventud, es la salvaguardia más segura contra las corrupciones del mundo. En la atmósfera de un hogar tal, los niños aprenderán a amar a sus padres terrenales y a su Padre celestial.”[11]
FUNDAMENTO 6
Una estructura con horizonte
La familia es el taller donde los proyectos se concretan progresivamente. Gn 3 nos recuerda que este mundo está tocado por la irregularidad y que, a pesar de su impacto, es en el matrimonio avenido y en la familia en unidad donde se realizan los mayores cambios de las personas. El Espíritu de Profecía nos recuerda:
“Impregnad la atmósfera de vuestro hogar con la fragancia de un espíritu tierno y servicial. Si os habéis convertido en extraños y no habéis sido cristianos de acuerdo con la Biblia, convertíos; porque el carácter que adquiráis durante el tiempo de gracia será el carácter que tendréis cuando venga Cristo. Si queréis ser santos en el cielo, debéis ser santos primero en la tierra. Los rasgos de carácter que cultivéis en la vida no serán cambiados por la muerte ni por la resurrección. Saldréis de la tumba con la misma disposición que manifestasteis en vuestro hogar y en la sociedad. Jesús no cambia nuestro carácter al venir. La obra de transformación debe hacerse ahora. Nuestra vida diaria determina nuestro destino.”[12]
El ambiente del hogar debe ser tal que conduzca a la salvación. En primer lugar porque viva la esencia del Edén dentro de sus puertas. El contacto asertivo, afectivo y sincero de los miembros de una familia creará el entorno de un carácter maduro y equilibrado. Después, en el exterior. El mayor impacto de misión para los demás se encuentra en una familia que crece en Dios. La emulación de sus actitudes, de la bondad de sus acciones, se torna en bendición para los otros, los cercanos.
Gn 3, a pesar del dolor de las consecuencias del pecado, oferta el germen de la salvación. Dios escogió una familia amante para que su hijo naciera y una hija de Eva lo abrazó con la intensidad de una madre. Jesús respetó a las familias a tal grado que les dedicó su primer milagro y casi sus últimas palabras en la cruz. La gente de Caná, Juan y su madre fueron testigos de ello.
El futuro de los vínculos familiares va mucho más allá de nacer, crecer y morir. Se proyecta en la eternidad, en el horizonte que tiende a infinito. Volveremos al Jardín del Edén, es una promesa divina.
FUNDAMENTO 7
Dios sostiene esta alianza
La presión actual parece arrastrarnos a propuestas sociales donde el matrimonio y la familia pueden diluirse. Podría acontecer así si dependiera de nosotros tal institución pero Yhwh la sostiene.
“El matrimonio en la Biblia responde a la idea de pacto. El término que se emplea para “pacto” o “alianza” es Bürît y se registra en la palabra inspirada en 286 ocasiones. Es, especialmente, mencionado en Deuteronomio, Génesis y Jeremías. En la mayoría de los textos expresa la idea de ‘vínculo’ o ‘relación’. No es, sin embargo, una relación espontánea o natural sino una relación escogida y libre.
Este primer detalle nos ayuda a reflexionar sobre la naturaleza de las alianzas entre Dios y los hombres o entre los hombres entre sí. Todo pacto implica decisión sin presión, decisión por voluntad, por deseo.
Yhwh se relaciona con el hombre, más allá de por obligación, responsabilidad o interés, por agrado, por deseo de estar con sus criaturas. El inicio de una amistad, de un noviazgo o de un matrimonio se debe fundamentar en estos valores. Todo compromiso debe partir de libertad y de voluntad. Libertad para acceder al pacto desde la ilusión, la generosidad y el amor. Voluntad para comprometerse desde el anhelo, la motivación e, incluso, el placer. Nos comprometemos porque queremos comprometernos, porque nos gusta comprometernos…
El matrimonio, por tanto, se debiera desarrollar en dos direcciones, una horizontal y otra vertical. La dirección horizontal es entre el hombre y la mujer, y fluye en ambos sentidos hasta hacer de éstos un solo ser. La dirección vertical es entre Dios y la pareja. Tanto en cuanto fluya con intensidad dicho vínculo, se podrá apreciar el amor en mayúsculas.”[13]
El matrimonio y la familia en manos de Dios, por tanto, están abocados al triunfo. Y éste no es un discurso anacrónico, pacato o simplista. Cientos de años de experiencias lo ratifican, lo concretan e, incluso, simbolizan.[14] Cuando la persona comprende que su relación con pareja o familia va más allá del simple contrato, las cosas cambian.
Miramos al Génesis porque Jesús nos dio la orientación adecuada, porque supo sacarnos de la casuística de las irregularidades y darnos pasado y futuro. Desde la protología, con sus modelos y propuestas, construimos nuestra realidad porque tenemos aspiraciones de permanecer, de ser personas, de complementarnos, de vivir en paridad, de crecer, de disfrutar, de amar.
[1] Víctor M. Armenteros, El silencio en la mirada: Aplicaciones exegéticas a Dt 24, 1-4 (Libertador S. Martín, Entre Ríos: Editorial Universidad Adventista del Plata, 2010), 57-58.
[2] Víctor M. Armenteros, Amor se escribe sin h (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2010), 253.
[3] Ibíd., 60-62.
[4] Paul Eugène Charbonneau, Sentido cristiano del matrimonio (Barcelona: Herder, 1987), 30-31.
[5] Ellen G. White, El Hogar Cristiano (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1988), 115.
[6] Víctor M. Armenteros, “‘Una sola carne’: reflexiones sobre una antropología conyugal” Davar Logos 6.1 (2007): 94.
[7] Víctor M. Armenteros, Amor se escribe sin h, 65.
[8] Víctor M. Armenteros, “Una sola carne”, 95-96.
[9] Para una visión panorámica del concepto de Eva en la literatura y pensamiento contemporáneos véase Doretta M. Cornell, “Mother of All the Living: Reinterpretations of Eve in Contemporary Literature” Cross Currents nº 4 (2005): 91-107.
[10] Víctor M. Armenteros, Amor se escribe sin h, 71.
[11] Ellen G. White, El Hogar Cristiano, 15.
[12] Ibíd., 12.
[13] Víctor M. Armenteros, Amor se escribe sin h, 96-97.
[14] Véase Víctor M. Armenteros, “Yhwh, el amante: modelos de relación derivados de la simbología matrimonial veterotestamentaria” Davar Logos nº 3 (2004): 139-166.
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