A Isaías, de esos profetas que ya no hay.
SILENCIO
A Isaías,
al poeta que admiro,
al profeta que respeto,
y, sobre todo, a la presencia del Eterno.
Susurrando sibilantes sílabas te sentaste
en las faldas de nieblas y vientos,
soñando aleteos sonoros, sintiendo.
Anonadado palpaste el traqueteo
zigzagueante del templo, del tiempo.
Y eras nada. Cero.
Silencio.
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